Melinda Haynes dijo:

"Forget all the rules. Forget about being published. Write for yourself and celebrate writing".


Seguiré el consejo de Melinda Haynes.

17 de diciembre de 2009

2

CAPÍTULO UNO. Rebeldía.

“Mm... ¿Se acabaron las donas ya, tan pronto?”, me preguntaba mientras inspeccionaba la cocina. “Increíble pensar que no hay nada que pueda comer en esta casa… Vamos, son apenas las dos de la mañana”. Tomé un paquete de galletas y salí de la cocina lo más silenciosamente posible. No había acordado llegar tan tarde, pero si no hacía ruido no habría pruebas y podría mentir diciendo que regresé a las diez. Con los tacones en la mano subí muy, muy despacio los escalones. Abrí lentamente la puerta de mi cuarto, la cerré y encendí la luz. Y casi me da un infarto.

Mi madre estaba sentada con un libro en la mano, obviamente esperándome. ¿Cómo había aguantado estar despierta tanto tiempo? ¿Y leyendo? ¿No se supone que la lectura da sueño? Levantó la vista y suspiró.

-¿Qué hora tienes de casualidad, Regina? –dijo con una voz cansada, pero llena de autoridad.
-Ehh… ¿Hora? Sí, bueno, mamá… De eso mismo quería hablar, ¿sabes? Es que me atrasé un poco con la hora de salida, pero tú ya sabes que no hay problema pues la hermana mayor de Natalia estaba encargada de mí –“sí, claro”, pensé. “Como si necesitara que me cuidaran”-. Pero el punto es que ya estoy en casa, ¿no? ¡Y muy cansada! ¿Por qué no vamos a dormir?
-¿Natalia? ¿La chica que cuentan que llega borracha todos los fines de semana y que a veces ni siquiera regresa a casa? Pensé que dijiste que era Mariano, el padre de tu amigo Carlos o Carla, no estoy segura. ¿Así que me mientes y también finges que me voy a creer esa excusa? Ya no sé qué hacer contigo, Regina.
“Deberías dejarme vivir”, pensé.
-Bueno, pues no vendría mal que dejaras de actuar de una manera tan sobreprotectora.
-¿Disculpa? Lo siento si sientes que no te dejo respirar, señorita. Basta de todo esto, tu actitud es inaceptable.
-¡Inaceptable! Eso es TODO lo que soy para ti. Una mujer inaceptable, con una actitud inaceptable, con un ego inaceptable, con un cerebro inaceptable, con cero capacidades para nada…
-¿Acabas de llamarte “mujer inaceptable”? No llegas ni a mujer, hija –continuó mamá-. Eres una niña, y lo sé por la manera en que te comportas. No tienes ni una pizca de madurez.

Eso derramó el vaso lleno de paciencia con el que siempre intento tratar a mi madre. Ni siquiera le quise responder y le pedí que saliera de mi habitación. Dijo que no lo haría, por lo que me metí en la cama así como estaba vestida, con el jeans roto, la blusa blanca con graffiti y la torerita de lentejuelas. Ni siquiera dejé en la mesa de noche los aretes y pulseras que llevaba. Me cubrí por completo y la ignoré.

-¡Eres una insolente! –oí que gritaba.
-Cállate, mamá. Vas a despertar a Sofi y luego harás que yo la cuide, como siempre.
-No creo que eso pase porque ella, aunque tenga cuatro años menos que tú, es más considerada y respetuosa.
-Mira, mamá –le dije-. Dejemos esto para otro día, ¿quieres? Estoy cansada y no quiero seguir oyendo tu voz.
Quizás estaba siendo “insolente” como ella decía, pero ella era la culpable. Si dejó que creciera así, ahora debía afrontar las consecuencias.
-No, linda –dijo mamá con sarcasmo-. Esto seguirá. Si ahora estás muy cansada, espera a ver lo que tendrás para mañana –y diciendo esto salió del cuarto muy enojada.

Ay sí, como si me asustaran sus castigos. Yo sabía muy bien que era incapaz de imponerme un verdadero castigo, pues siempre la hacía sentir culpable. Y yo siempre me salía con la mía. En lo que fuera. Ya quería ver que era esa cosa que tanto me asustaría.

La relación con mi madre no siempre fue así. Claro, ¿quién es tan rebelde en la infancia? Y si se es rebelde en esa etapa, la rebeldía de la adolescencia sólo lo empeora más. Pero me refería a que aún hace pocos años me llevaba muy bien con ella. Mi madre y mi padre se casaron hace unos diecisiete años. Dos años después nací yo, una “niña” de pelo color castaño claro, ojos cafés y que siempre fue alta, delgada y muy blanca. Sofía nació cuatro años más tarde y desde que tengo memoria siempre ha sido muy parecida a mí, aunque el color de su pelo es un poco más oscuro. Todo iba muy bien hasta que ocurrió algo inesperado. Era una tarde muy bonita a finales de noviembre. Mi mamá, mi hermana y yo estábamos cortando flores en el jardín para el gran florero de la sala. Justo al entrar a la casa el teléfono comenzó a sonar. Algo grave había pasado, a mamá se le llenaron los ojos de lágrimas al instante y nos mandó a ver televisión a un cuarto alejado. Tíos, tías y muchos familiares y amigos comenzaron a llegar a la casa. Sofía y yo todavía no estábamos enteradas de lo que pasaba, pero yo tenía trece años y no era estúpida. Familiares y amigos llegaban… pero, además de mamá en ese entonces, ninguno era mi favorito: papá. Esa noche estuvo llena de angustia para todos, y ni mi hermana ni yo nos atrevíamos a preguntar lo que temíamos. Al día siguiente salimos a comer las tres chicas de la casa. Regresamos a la casa y fue cuando mamá nos contó todo. No hacía mucha falta para mí, pero aún así necesitaba saber toda la verdad. Papá había tenido dos ataques al corazón que habían llegado inesperadamente y sin hacer cita. Nos explicó que podría haber sido causa de muchas cosas, como estrés o alguna preocupación. La cosa es que recibimos muchos pésames, y fue la peor navidad, el más horrible año nuevo y un devastador primer día de clases. Aunque en ese momento no lo admitiera pues quería mostrarme fuerte, yo seguía siendo una niña. Tenía trece años recién cumplidos en septiembre y el hombre más importante de mi vida se había ido para siempre.



Una brillante luz solar entraba por mi ventana. Horrible. No sé que le ven de hermoso a las cosas tan molestas de la naturaleza. Vi la hora en mi despertador y apenas eran las siete de la mañana. ¡No iba a despertarme tan temprano! Lo que no entendía era de dónde venía esa luz… Pongo sábanas y colchas encima de mi cortina para que el cuarto sea más oscuro, así que no había razón para que entrara el sol. Entonces me acordé de la promesa que me hizo mi madre, acerca del castigo por ser tan rebelde. Me reí sin importarme que me oyeran. ¿Así que luz por las mañanas era lo que me iba a hacer sufrir? Que siguiera intentándolo. No me importó y seguí durmiendo.

Tres horas después bajé a la cocina; no porque ya no tuviera sueño sino porque la luz comenzaba a molestarme y no encontraba sábanas para tapar. Todavía traía puesta la ropa de la noche anterior. Cuando mi mamá se fue del cuarto me dio mucha pereza cambiarme, entonces dormí así como estaba. Solo dejé la torerita de lentejuelas doradas a un lado y todas las joyas, además de los zapatos que ya me había quitado.

-¿Panqueques para desayunar? Prefiero cereal –fue mi “saludo” a mi madre.
-Come lo que quieras, igual no alcanzan los panqueques para ti –al parecer mi madre seguía muy molesta.
-No es para que me respondas así –continué yo-. Sofía, pásame el jugo de naranja.
-No se lo pases si no te lo pide por favor, Sofi. Son reglas de la casa, Regina, y las reglas están para respetarse.
-¿Sabes qué? Ya se me quitaron las ganas de desayunar –y diciendo esto me levanté de la mesa y regresé a mi cuarto.

No entendía qué le ocurría a mamá. Es decir, lo que había hecho no era para tanto. O tal vez era que ya estaba acostumbrada a hacer lo que se me diera la gana y que a ella no le molestara. Pero aun así, ¿iluminar mi cuarto para que no pudiera dormir y también dejarme sin desayuno? No sabía cuál era su problema. Quizás le esperaba un día ocupado en la clínica, o tal vez estaba tan tensa porque el aniversario de la muerte de mi padre ya estaba muy cerca.

En fin. Me bañé y me vestí con una blusa café de cuello de tortuga, una bufanda ocre y un collar de plata con un corazón como dije. Unos skinnys y unas flats completaban mi atuendo. No es que estuviera haciendo tanto frío como para usar bufanda de lana y cuello de tortuga, pero lo importante era lucir bien cuando salía con mis amigos. No podía desentonar al resto del grupo vistiéndome mal y pareciendo nerd. Además, íbamos a salir a uno de los lugares de moda y no sabía a quién podría encontrarme. Decían que yo era vanidosa y frívola por estas cosas, pero, ¿qué se puede hacer? Lo último que faltaba era peinarme, luego cogí mi bolso de Gucci y llamé a Gabriela para que me pudiera llevar al centro comercial. Pero al bajar, mi mamá me esperaba en la sala.

-¿Podría saber a dónde vas? –me preguntó.
-Al centro comercial. Ya lo habíamos hablado, ¿recuerdas? Te pedí permiso y tú me lo diste. Y no te tienes que preocupar por el transporte; Gaby ya viene para acá.
-Sí, claro, yo nunca me tengo que preocupar por nada que tenga que ver contigo –de nuevo mi madre tenía esa actitud-. No puedes ir.

¡¿Qué?! ¡Ella ya me había dado permiso! ¿Ahora se negaba?

-¡Pero mamá! –comencé a gritar-. Tú me diste permiso, te pedí con dos días de antelación, no puedes decir que fue inesperado.
-La mayoría de los padres exigen una semana anterior al evento para conceder permisos –dijo.
-¡Ah! ¿Así que ahora tú eres como la mayoría de los padres? ¡No puedo creerlo! Mis amigos ya cuentan conmigo, mamá. Además va a ir Dan y yo… -corté lo que estaba diciendo. Mencioné a Daniel enfrente de mi madre. Oh, oh.
-¿Dan? ¿Quién es Daniel? ¡Ni siquiera sé con quiénes sales! ¡Esto no puede seguir así, Regina!
-Daniel no tiene importancia, mamá. Es un amigo de… ehm, amigo de Lucía.
-No te creo. No sé con quiénes sales, y además estás castigada por lo de ayer, ¿recuerdas? Y siéntate, porque de eso te iba a hablar ahora.
-No.
-¿Qué dijiste? –dijo mi madre, muy molesta.
-No. No me voy a sentar. Ahora voy a salir por la puerta para encontrarme con Gaby e irme con ella al centro comercial.
-Atrévete –me retó.

Y salí por la puerta sin decir nada más.



-Oye, Regs, ¿a que no adivinas quién quiso darme un beso en la fiesta de Fede?
-¡No puede ser! ¿Guillermo? ¡Él es tan sexy!

Natalia, Gaby, Jimena y Marisa, mis mejores amigas rubia, morena, rubia y castaño claro, en ese orden. Paseábamos por las tiendas. Nos habíamos separado de los chicos porque ellos querían ir a buscar no sé qué cosas, y no pensábamos acompañarlos. Preferimos aprovechar ese momento para compartir los chismes entres chicas.

-Bueno, pero nadie se compara a Daniel, ¿no, Regina? –dijo Jimena con voz melosa, obviamente celosa.
-¿Sabes, Jime? Claro que nadie se compara a él, pero como todas vemos con diferentes ojos, a Natalia puede parecerle más atractivo Guillermo –le contesté con el mismo tono.
-Sí, ¡pero es que no fue Guillermo! –exclamó Natalia-. Fue CARLOS.
-¡¿QUÉ?! –gritamos todas al unísono. Carlos era un chico de mi escuela, novio de una de las no muy populares. Pero él no era para nada feo, por lo que el grupo lo incluía de vez en cuando.
-¡Lo sé!
-¿Y tú no le devolviste el beso, Nats? –le preguntó Gaby. Entre mis amigos nos llamamos de diferentes formas. Yo, además de ser Regina, soy Regs, Ina, Regis o Reggie.
-No pude –confesó “Nats”-. No por lealtad a la amistad o algo por el estilo, sino que simplemente no estaba para esas cosas en ese momento.
-¡Wow! –se admiró sarcásticamente Jimena-. Natalia no estaba para besos en ese momento… ¡Sí, claro!

Continuamos riendo y conversando hasta que nos encontramos con los chicos en el área de comida. Nos acompañaban Diego, Daniel, Mario y el novato Carlos, el mismo del que hablábamos hace un rato.

-Chicas, chicas –dijo Diego con su “voz seductora”.
-Hola, linda –le dijo Mario a Gaby, pues le gustaba y, entre los chicos de nuestro grupo, el adjetivo “linda” era el preferido por todos.

Nos sentamos alrededor de ellos, no sin antes ordenar algo de comer. En eso pasaron cerca de nosotros el grupo menos popular de mi grado. Suerte que estábamos de vacaciones y no teníamos que verlos todos los días. Daba pena simplemente ver la ropa que usaban. Los miramos atentamente, con una mirada intimidadora. Cuando se fueron, nos echamos a reír. Era gracioso ver cómo los otros chicos nos tenían miedo. Nos hacía sentir superiores, como si fuéramos los reyes del mundo. Y es que, en esos momentos, éramos algo parecido a eso.

Todos en el colegio nos conocían como los populares de segundo curso. Claro, ahora seríamos de tercer curso. Hasta tenían un nombre para nosotros… Nos llamaban el Grupo X, pero la X no se refería a Grupo Cualquiera, sino que era una X de exclusivo. Cierta vez hasta escuché que nos decían VIP. Era grandioso ser popular. Todos los celosos se mataban diciendo que éramos egoístas, vanidosos, presumidos y niños de papi. Y era cierto. Pero no por eso íbamos a dejar todo lo bueno de tener fama y volvernos misioneros de la caridad. Además, si vivían diciendo que no les importábamos para nada, deberían haber dejado de hablar tanto de nosotros hace mucho tiempo. Las chicas no populares se defendían diciendo que las de mi grupo éramos unas zorras, y que por eso nunca querrían unirse. Los chicos no populares decían que los de mi grupo eran mujeriegos y borrachos, y hasta los acusaban de consumir drogas. Allá cada uno con lo suyo.

Tener a Carlos en el grupo era muy divertido. No porque él supiera pasarla bien, sino porque era patético ver como intentaba incluirse en las conversaciones. ¡Estaba tan nervioso! Pobre chico… quizás ya se consideraba uno de los nuestros. Si supiera que nunca lo sería.

-¿Dónde está Sebastián, chicos? –preguntó de pronto Jimena.
-Ah, no pudo venir –contestó Mario-. Dijo que tenía otras cosas que hacer.

Sebastián era otro de nuestros chicos.

-Oigan, esto en serio está aburrido –mencioné entonces-. Solo estar aquí sentados no es digno del “Grupo X”, ¿no? –dije con sarcasmo.
-Claro que no, ¿pero que más podemos hacer? –preguntó Daniel.
-Bueno, Regina y tú pueden ir a los baños a hacer lo suyo, si quieren –ofreció Diego.
-Eres un cerdo –le espetó Gaby.
-No te atrevas… -comenzó a decir un ofendido Diego.
-Tú no te atrevas –dijo Mario.
-Tranquilos, chicos. Ya basta. No sé por qué siguen insistiendo en que Daniel y yo tenemos o tuvimos alguna vez algo.
-Vamos, Regina. ¿Así que negarás que ese beso en la disco no fue nada? Y no fue un beso normal, por si no lo recuerdas. Fue un beso muy apasionado. Ya solo les faltaba la cama –dijo Jimena. Estúpida Jimena. Siempre metiéndose en lo que no le importa.
-Sí, nos besamos, ¿algún problema? Después de eso aclaramos que todo fue un malentendido, y los malentendidos no cuentan en el historial de una persona –le respondí enojada.
-Sí, claro que no cuentan… -y la voz de quien dijo esto fue apenas un susurro, por lo que no pude reconocer de quien provenía el sarcasmo.



La tarde continuó lentamente. Cansados de estar en el centro comercial, los chicos se fueron al parque, pero yo estaba cansada, por lo que regresé a casa. No debí haberlo hecho.

-¿Regina? ¿Eres tú? Ven, por favor –oí que decía mi madre cuando estaba entrando. Al parecer ya se le había pasado el enojo… o eso era lo que creía.
-Sí, soy yo. ¿Qué necesitas? Estoy muy cansada y lo único que quiero es subir a mi habitaci…
-Ven –me cortó.

Abrí la puerta de la cocina y me introduje en ella.

-Empaca tus cosas –dijo de pronto.
-¿Cómo? ¿Nos vamos de viaje? ¡Genial! ¿A dónde? Me muero de ganas de salir de país, ya hacía falta en esta familia…
-No, no nos vamos de viaje –continuó. A esto ya no sabía que responder-. Tú te mudas a la casa de tu tía Ana.

Entré en estado de shock.



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IHHH mi primera entrada XD wohoo... ojalá les guste este capitulo! hahah :D

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Waaa!
me a encantado

esa chica, regina, no se por que... per me cae de maravilla!!

probablemente no deje comments en las proximas entadas asta que termine d leer, por que siempre me quedo prendidisima con las nobelas que me gustan

tc,
AaaLeeHandra**

Anónimo dijo...

Wooow! XD Me quede enganchada con tu historiaa!! Me encanta! la voy a leer completa >.<