Melinda Haynes dijo:

"Forget all the rules. Forget about being published. Write for yourself and celebrate writing".


Seguiré el consejo de Melinda Haynes.

30 de diciembre de 2009

1

CAPÍTULO OCHO. Preocupación, llanto y tristeza. [Parte DOS]

Pasaron unas tres horas y decidí salir al jardín. De pronto, al otro lado de la carretera, me fijé en un grupo de gente. Fue muy grande mi sorpresa al ver que eran mis compañeros de clase. Decidí acercarme, sin importarme mucho que se me quedaran viendo con esas caras que siempre me hacían. Me preocupé cuando me di cuenta que era una pelea.

-No te metas donde no te importa –oí decir a Santiago.
-Me meto donde se me da la gana –escuché otra voz, y me preocupé el doble. Era Pablo. Había hecho lo que le rogué que no hiciera.
-Bueno, ¿y qué si me llevé a Regina de la fiesta y pasé con ella la noche? –sentí un balde de agua fría caer sobre mi cabeza. Así que las chicas no habían dicho nada, pero Santiago se había ocupado de difundir la palabra. Conforme me acercaba a la pelea, todos me abrían paso mirándome fijamente.
-No sé qué fue lo que hicieron, y no quiero saber. Pero es hora que comiences a respetar a las mujeres, Santiago. No me importaría si no conociera a Regina.
-Dices que la conoces, entonces debes saber que es una chica muy fácil –eso volvió a herir mi corazón que creía ya no podía sentir más dolor.
-Cállate –exigió Pablo-. Puede que sea fácil, o puede que tú hayas estudiado maneras para engañarla o seas un poseedor de drogas.
-¿Drogas para qué?
-Para dormirla, imbécil –esto comenzaba a ponerse rudo. Temerosa de estar en la primera fila, pude ver desde la segunda como Santiago se le acercaba a Pablo y lo empujaba. Cada uno estaba rodeado de sus amigos, los de Santiago se miraban tontos, al contrario de los de Pablo que intimidaban.

Pablo le devolvió el empujón.

-No vuelvas a tocar a nadie, Santiago –le dijo-. Al menos no a nadie que conozca –entonces se volteó, y supuse que estaría listo para irse, cuando Santiago continuó:
-¿Acaso te gusta la nueva que por eso la defiendes tanto?

Pablo se detuvo y lo miró a la cara.

-Si me gusta o no, no te interesa. Y haría lo mismo por cualquier chica que sea mi amiga.
-Sí, claro –se burló-. ¿Tu hermanita entra en la lista no? –Pude ver como Pablo cambiaba su cara un poco más relajada a una llena de furia-. O… ¿cómo la llamas? Ah, sí, Star Catcher –e hizo una mueca.

Pablo no aguantó y se aventó a darle un puñetazo. Santiago cayó al suelo, y su contrincante lo dejó ahí y se volteó por segunda vez para irse.

-Vamos –siguió Santiago-. ¿Te molesta que lo diga en público? ¿No tendrá mucha importancia a la hora de su entierro, verdad?

Eso, definitivamente, molestó a todos. Pero Pablo solo se detuvo, sin voltear. Julio se acercó y le puso una mano en su hombro. Y Pablo no hizo nada, solo siguió adelante.

-Pelea contigo mismo, Santiago –le dijo Julio-. A ver cuántas horas tardas en darte cuenta que ganador y perdedor serás tú mismo.
-Nadie te está invitando en la pelea, amigo –dijo el otro.
-No soy tu amigo –dejó claro Julio-. La verdad, nunca lo hemos sido –y él y su grupo se fueron también.
-Claro, son unos cobardes. Lárguense, así no saldrán golpeados.
-El único lastimado has sido tú –dijo una voz entre el gentío que servía solo de espectador. Todos se comenzaron a alejar diciendo cosas parecidas. Pero a mí ya no me importaba saber a donde iban o qué harían o qué estarían diciendo los demás. Me interesaba una persona en especial.

Lo encontré en el parque. No había nadie ahí, él estaba solo, sentado en una banca. Me acerqué silenciosamente. No me atreví a sentarme a la par de Pablo.

-¿Tú le contaste lo de los sobrenombres? –preguntó, sin mirarme.
-¿Qué? No, claro que no –dije desesperada.
-Sólo tú lo sabías –continuó.
-Te prometo que nunca dije nada, Pablo. Créeme.
-¿Cómo lo supo entonces? –comenzó a alzar la voz.
-Yo… yo… no sé.
-De seguro se lo dijiste esa noche.

Ya no soportaba más. Esa noche nunca debió haber pasado. ¿En cuántos problemas no me había metido ya? Y ahora Pablo dejaría de hablarme por algo de lo que no era culpable. Nuevamente, solté lágrimas. Esos días parecía más una bebé que una adolescente. No paraba de llorar por cualquier cosa que me pasaba, y no intentaba resolverlo de otro modo.

-Basta de llantos, Regina –soltó.
-Lo siento, Pablo, pero es cierto. No recuerdo haber mencionado nada. No recuerdo nada de lo que pasó.
-O sea que dices que existe la posibilidad que sí se lo hayas contado.
-No lo sé, pero nunca tuve esa intención. Por favor, Pablo, por favor, no te enojes conmigo. Nadie me habla, todos están molestos debido a cosas que no debí haber hecho esa noche. Pero, por favor, tú no –seguí.
-¿Acaso te importo? –preguntó lo mismo que yo le había preguntado aquel día en el centro comercial.
-Sí –le respondí-. Me importas mucho. Y, sinceramente, no sé por qué. Pero tú me has defendido, tú también has demostrado que yo te importo. Por favor, te lo suplico, no te enojes conmigo.

Nos quedamos en silencio un momento. Él, en la misma posición con la que l había encontrado. Yo, con mi patética postura, parada y llorando.

-Siento mucho todo lo que está pasando, Regina.
-No tienes que sentirlo. Todo ha sido mi culpa.
-Pero puedes corregirlo.
-Eres igual que Mariano. Él dice que todo va a pasar, pero yo quiero que todo pase ya.
-No va a pasar si tú no haces que pase –dijo. Ahora ya había volteado a verme, y yo lo miraba a los ojos.
-Lo sé –susurré-. Es sólo que no sé cómo hacer que pase.
-Lo descubrirás –esbozó una leve sonrisa. Luego me indicó que me sentara a su lado. Me acerqué y volvimos a quedar en silencio un momento-. Lo descubrirás –repitió de nuevo.



Una nueva semana había empezado, y casi nada había mejorado. Isabela me había convencido en hablar directamente con Bea y explicarle todo y, más importante, pedirle perdón. No sabía si funcionaría, pero decidí probar, para hacer que pase, como dijo Pablo.

-¿Bea? –me acerqué cuando terminó la clase de Historia. Ella y Marcela se me quedaron viendo, sin decir ni una palabra-. ¿Podría hablar contigo un momento, por favor?

Bea se levantó y nos dirigimos al área de atrás.

-Bea, no sé como empezar –admití-. Pero lo intentaré. No sé qué fue lo que hice el sábado. No sé por qué lo hice. La tentación de ir a una discoteca y beber y fumar… Debes entender que era algo que yo hacía muy seguido en la ciudad. Se me ofreció la oportunidad y… yo me pasé. Usé mal esa oportunidad. No recuerdo nada de lo que pasó, absolutamente nada. Tienes que saber que nunca lo hice con conocimiento de lo que hacía, y menos para herirte.

Ella sólo me observaba.

-¿Crees que esa excusa mal planeada funcionará? –me soltó, y luego regresó con Marcela.

Lo había intentado. Prometieron que si lo intentaba, funcionaría. Las promesas serían algo más en lo que ya no creería.



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Okis sorry por no publicarlo el dia de la primera parte pero no me dejo publicar esta cosaa ¬¬ y ayer no estuve en mi casa!!! Ay les publico el capítulo nuevee pronto :D

Feliz año nuevo adelantado!! Y les platico de los blogs recomendados... La Chica de la Luna es sobre una chica de 17 años que se va a vivir con su madre y la familia de su padrastro. Cosas raras empiezan a pasar, pero todavía no ha descubierto qué! Deseo Ser Popular es... pues a mí me dio risa! En buen plan, verdad. Es sobre una chava pues que desea ser popular. Y Cuando Estás Enamorada ya es una historia que va bastante avanzada, pero que leeré completa. Por el momento no llevo mucho, pero está bonita. Por el título pues imagino qué pasará! Recuerden que los links están en la pequeña lista de la derecha. Bye bye!

28 de diciembre de 2009

0

PROBLEMAS

AHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH LO SIENTOOOO PERO ME CANSÉE... Ya tengo escrita la segunda parte y todo, pero no me deja publicar. Mañana voy a volver a intentar!! Perdón pero es que me están sacando de la compu :S Agh para que escriboo si no puedo publicar ¬¬ buenooo ahí tienen la primera parte que está larga para que se entretengan! Ay arreglo el problema... bye :S
2

CAPÍTULO OCHO. Preocupación, llanto y tristeza. [Parte UNO]

Fue, sin duda alguna, el peor lunes de la historia. Las chicas me dirigían miradas horribles, no me atrevía a mirar a Santiago y al parecer todos los chicos se habían enterado del chisme. Los únicos que me trataban de la misma forma eran Mariano, Rodrigo, Pablo y los amigos de Pablo.

Pero eso no me preocupaba tanto como saber que en dos semanas podría realizarme la prueba de embarazo y descubrir si algo de lo que no estaba enterada estaba ocurriendo en mi cuerpo. Mariano fue a la farmacia, claro, pero no tenía sentido hacer el test de inmediato pues no funcionaría.

Las dos semanas pasaron más rápido de lo que esperé, por una parte era bueno pues no era grato soportar a todos en el colegio y siempre esperaba la hora de la salida para liberarme, pero por otra parte era muy malo porque la cercanía a saber mi destino volvía a hacerme presa del pánico.

Llegó el momento esperado para la verdad. Mi corazón estaba tan cercano a salirse de mi pecho que tuve miedo a quedar muerta ahí mismo y no haberme enterado nunca. Y llegó la gran sorpresa.

Dio negativo.

No cabía en sí de alivio y alegría, era tanto que me puse a llorar. Llamé a Mariano, el único bien enterado además de Santiago y yo, y le conté la noticia. Decidimos salir a celebrar comiendo un helado al centro comercial u otra cosa así de patética.

Mariano suspiró por onceava vez.

-Tranquilo, ya pasó todo –le tranquilicé.
-No sabes el miedo en el que me tenías -alegó.
-¿Tú tenías miedo? ¿Cómo crees que estaba yo?
-Lo sé, lo sé. Ahora lo sabemos todo –sonrió-. No pasó nada además de besos.
-Quizás. El punto es que si pasó algo más o tuve mucha suerte o él se protegió, no sé –me avergonzaba hablar de estas cosas, más con un chico.
-¿Has hablado con Santiago ya?
-No, y no lo pienso hacer. Me engañó, me tendió una trampa. No le dirigiré la palabra nunca más.
-Como quieras… Pero pienso que deberías enfrentarlo y hacerle saber que no le tienes miedo.
-No le tengo miedo. Es solo que no quiero saber de él.
-De acuerdo –me dijo.
-Mariano, te agradezco como no tienes idea lo que has hecho por mí. Para serte sincera, primero habría buscado la ayuda de una chica, pero al parecer me he quedado sin amigas.
-No te preocupes, no me molestó ayudarte. Y con lo de las chicas, ya todo se arreglará. Todo es drama en el mundo de ustedes, drama que acaba pocas semanas después.
-No creo que esto sea como una pelea cualquiera. Es algo más serio, y yo no las culpo. Si alguien me lo hubiera hecho a mí, creo que fingiría no haberlo conocido en la vida.
-Todo va a pasar algún día, Regina. Aunque tarde años.
-Es que no quiero que sean años. ¿Sabes? Ellas han sido las únicas amigas verdaderas que he tenido. Imagínate eso, hace muy poco que las conozco pero he notado la diferencia. En la ciudad tenía amistades falsas, y es hasta ahora que me doy cuenta. No quiero esperar años para lo que esperé toda una vida y ahora perdí por una estupidez.

Mariano ya no supo qué decir. Continuamos caminando y él pasó su brazo por mis hombros, para tranquilizarme. En eso nos encontramos a Pablo y dos de sus amigas que estaban en mi grado, también. Él llevaba una camisa gris manga larga y un collar de cuero.

-¿Regina? ¿Mariano? Vaya, no sabía que andaban juntos –bromeó.
-No andamos juntos, solo nos demostramos algo de cariño, cosa que te hace falta a ti –sonreí-. ¿Qué hacen aquí?
-Nada, quería comprar unos lentes de sol pero no los encontré –explicó Andrea, una de las chicas.
-Nosotros veníamos a celebrar –contó Mariano-. Con helados –enseñó.
-¿Celebrar? ¿Qué cosa?
-Algo –añadí rápidamente. Que… que ya pronto empieza marzo, no sé.
-Oh, sí. Marzo es un gran mes –presumió Pablo-. En especial el 14. Dicen que los ángeles bajaron ese día.
-Sí, desterrados del Cielo directo al Infierno, seguramente –dijo Mariano.
-¿Cumples el 14 de marzo? Intentaré olvidarlo.
-No podrás –replicó Pablo-. Nadie puede.
-Bueno, señor ególatra. Nosotros nos vamos –dije.
-Espera. ¿Puedo hablar a solas contigo? –se dirigió a mí.
-Eh… sí, claro.

Nos separamos del grupo dirigiéndonos a ningún lugar en especial.

-Entonces… ¿Pasa algo? –pregunté.
-Solo quería saber… Claro que no es asunto mío, yo sé, pero…
-¿Qué?
-¿Es cierto todo lo que dicen de ti y Santiago? –lanzó.
-¿Qué es lo que dicen? –fingí indiferencia, pero estaba alarmada por dentro.
-Que el día de la fiesta en tu casa desapareciste con él…
-No fue solo con él, fue con los otros chicos también.
-Eso lo sé, yo los vi -¿Cómo? ¿Pablo nos vio?
-Bien, pues es cierto. ¿Solamente? –agregué velozmente.
-Ten cuidado, Regina –susurró.
-¿A qué le debo tener cuidado?
-Santiago no es lo que parece. No le importan las clases y no respeta a las chicas.

Genial. Había esperado hasta este momento para decírmelo.

-De acuerdo… Tendré cuidado –pausé-. Pero no pasó nada. Al amanecer con él pensé que algo malo habí… -me corté. ¡¿Acaso había revelado mi secreto?!
-Amane… ¡¿Amanecer con él?! –exclamó-. ¿Pasaste la noche con él?
-Pues… Bueno… Las chicas lo sabían –me defendí. Pero en ese momento me di cuenta que la chicas no le habían dicho a nadie lo de las fotos, se habían mantenido leales.
-Regina, ¿en qué pensabas? ¿Cómo se te ocurrió hacer algo así? Es un imbécil –agregó.
-Imbécil o no, no es asunto tuyo, Pablo.
-Lo es.
-¿Ah, sí? ¿Desde cuándo eres mi dueño y controlador?
-Desde nunca, pero no debió hacerlo. Es decir, no debió engañarte y emborracharte. No me metía en nada de sus cosas cuando las chicas con las que jugaba eran desconocidas mías o apenas me importaban, pero yo te conozco.
-¿Y yo te importo? –le encaré.

Se quedó mudo.

-No te metas, Pablo, por favor –le dije.
-Vámonos –cambió de tema inesperadamente. Sospeché que planeaba algo en su cabeza, pero no quise averiguar qué era.

Llegamos a donde estaban los demás y era hora de separarnos, pues mi tía no me había dado mucho tiempo libre y Mariano también tenía que regresar a su casa. Seguía pensando en mi conversación con Pablo. ¿Por qué le interesaba tanto si Santiago había sido un irrespetuoso conmigo? Además, yo le había dado las oportunidades para que lo fuera, ya que yo tampoco me había respetado a mí misma.

-Llegamos –me sacó de mis pensamientos Mariano.
-¿Cómo es que tienes permiso para conducir si solo tienes quince? –eso de que casi todos tuvieran un carro menos yo empezaba a molestarme.
-Tengo permiso especial. Pregunta por él, pero tu tía tendrá que hacerse responsable por ti en caso de accidentes.
-Entonces no contaré con tenerlo –dije. Él rió y luego nos despedimos.

Entré la casa a hacer lo que me había pasado haciendo durante mis días de preocupación: nada. Ahora no es que ya no estuviera triste, pero se había reducido gran cantidad de mi angustia al saber que no estaba esperando un bebé.



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Otra veez en dos partes porque esto no sirve ¬¬ sorry :S

27 de diciembre de 2009

3

CAPÍTULO SIETE. Problemas.

Las chicas y yo corrimos la voz sobre nuestra fiesta. Repartimos invitaciones (apenas un papel con la fecha, hora y lugar del evento) y durante la semana entera nos olvidamos de las clases y nos dedicamos a preparar la gran fiesta. El fin de semana al fin llegó, y todo estaba listo.

-Ha llegado el día, chicas –sonrió Marcela.

Nos arreglamos horas antes de que comenzara. Me puse un vestido verde limón con medias negras y tacones del mismo color. Me arreglé el pelo y maquillé mi cara lo mejor que pude.

Los invitados comenzaron a llegar. Mi tía se había ido a otra reunión del pueblo, por lo que me dejó la casa. Algunos chicos estaban dentro de ella, otros afuera, en el jardín. La música tenía un volumen muy alto, por lo que no importaba donde estuvieras. Isabela, por supuesto, no pudo asistir, pero igual podía oír y ver lo que pasaba desde su habitación.

-Hola, Regina –saludó Pablo al llegar a la fiesta. Él no me llamaba Regs o Reggie, sino solamente Regina.
-¿Qué tal? –le devolví el saludo-. Oh, espera, creo que Bea me llama. ¡Ahora vuelvo!
-Seguro –sonrió.

Bea quería que la ayudara a buscar otra bolsa de papitas. Nos separamos y en el camino me encontré a Santiago. Ya había pasado como una hora desde el inicio de la fiesta. Nos saludamos y platicamos acerca de cualquier cosa. La conversación comenzaba a ponerse aburrida cuando cambiamos de tema…

-¿De quién fue la idea de la fiesta? –preguntó.
-Bueno, yo les dije a las chicas que tenía ganas de ir a una. Luego Marcela dio la idea de hacerla nosotras mismas. ¿Es cierto que casi no hay fiestas aquí?
-¿Cómo? Tal vez ellas no van a fiestas aquí. Los chicos y yo salimos todos los fines de semana, y casi siempre estamos en una.
-¿De verdad? –vaya, no podía creer que las chicas eran tan aguafiestas como para no ir también.
-Así es. ¿Te gustaría venir a una ahora mismo? –ofreció.
-¿Ahora mismo? Pero… bueno, no tengo el permiso de mi tía. No creo que…
-Vamos, Regs –me interrumpió-. No seas como todas. Solo será esta noche.
-Mi tía sabrá que me fui.
-Dile que te fuiste a dormir a la casa de una de “las chicas” –sugirió.
-Eso no estaría bien… -¿por qué me estaba portando tan responsablemente? ¿Acaso no había estado buscando oportunidades para ir a fiestas reales? Es cierto que estaba en una pero… Podría intentar salir a otra que no fuera planeada por mí. Algo me decía que no debía hacerlo, pero otra parte de mí me decía que lo hiciera ya.
-De acuerdo, pero yo no me la perderé. Bonita fiesta y todo, claro, pero prefiero ir a la otra. Nos vemos el lunes –me dijo, volteándose para irse.
-¡Espera! –exclamé. No podía creer lo que estaba a punto de hacer-. Yo… Voy a ir a esa fiesta.
-¿Segura?
-S- segura.
-Perfecto –sonrió-. Deberás dejarle una nota a tu tía. Ten, aquí tengo papel y lápiz.

Pensé qué le escribiría a mi tía. Luego, me decidí y anoté:

“Tía: me voy a la casa de Marcela para quedarme a dormir. No llames, despertarás a sus hermanitos gemelos. Mañana en la mañana te llamo yo. Te quiere, Regina”.

No me preocupé meter en la historia a Marcela, pues me apoyaría si algo pasaba.

-Perfecto –repitió Santiago-. ¿Nos vamos, entonces?
-Espera, tengo que dejarle pendiente algo a Bea y Marce.
-No tardes –dijo.

Busqué a Marcela y Beatriz en la multitud. Estaban afuera.

-Chicas –les dije-. Oigan, voy a… Tengo algo que hacer –me miraron con cara extrañada-. Les encargo la fiesta, ¿de acuerdo?
-Seguro –apenas logré escuchar, pues salí volada para regresar con Santiago. Él me tomó de la mano y me sacó de la casa. Íbamos acompañados de dos chicos y dos chicas, amigos de él. Entramos en el auto de uno de ellos, apenas cabíamos, pero entramos. Sentía mi corazón palpitar fuertemente, pues sabía que lo que hacía no estaba bien. Fue después cuando me di cuenta que ya había hecho eso muchas veces en mi antiguo hogar, así que probablemente era por la falta de experiencia que me sentía tan nerviosa. Decidí disfrutar lo que estaba haciendo. Daba igual, pues nadie me estaba viendo… O eso era lo que creía, porque no me fijé que unos ojos azul oscuro que de cerca eran más hermosos me observaban.

-¿A dónde vamos? –pregunté.
-Ya verás, Reggie –me acarició Santiago. Decidí confiar en él y me intenté relajar más.

Luego de cinco minutos llegamos a una discoteca. Estaba llena de gente, “genial”, pensé, pues amaba ir a discotecas y sentir ese ambiente en el que apenas puedes respirar.

-¿Bajas? –me tendió la mano Santiago.
-Gracias –le sonreí. Entramos y la diversión comenzó.

No sé cuántas copas llevaba, lo único que sabía era que era un número grande. También me habían ofrecido un cigarrillo, pero me lo había acabado hace rato. No sabía qué hora era, seguramente la una o dos de la mañana. Los chicos y yo no habíamos parado de divertirnos, bailando, tomando y fumando. Algunos de ellos ya hasta se habían besado con quien se les pusiera en el camino. En mi interior sentí esas ganas de hacer lo mismo, de regresar a mi vida pasada. Las bocinas retumbaban, mi corazón palpitaba, yo quería más. Entonces todo se volvió oscuro, y me sentí perdida en el mundo.



Un fuerte dolor de cabeza me despertó. Estaba mareada y tenía náuseas. El sol estaba muy intenso. Comenzaba a molestarme, así que decidí levantarme a bajar las cortinas. Pero me llevé una gran sorpresa al abrir mis ojos y ver que no estaba en mi habitación. De sopetón me recordé de todo lo que había pasado la noche anterior. No sé cómo pude recordarme, porque estaba me sentía muy mal. Pero fuera de todo eso, ¿dónde estaba? Una gran ventana estaba frente a mí, y el cuarto tenía paredes verde musgo. Miré el edredón y era de un azul grisáceo. Fue entonces cuando sentí el brazo que tenía sobre mi cuerpo. Dejé de respirar. ¿Qué había hecho?

Volteé mi cara lo más silenciosamente que pude, para saber a quien pertenecía ese brazo. Me quedé en shock cuando vi quién era. No entendía nada. Sentí que mi corazón estaba a punto de salirse de mi cuerpo, tenía que saber qué había ocurrido.

-¿San… Santiago? –pregunté.
-Shh. Calla, linda –“Otro que dice así”, pensé-. Sigue durmiendo.
-Santiago, ¿qué hemos hecho? –pude notar el pánico flotando por mi garganta.
-Shh –volvió a silenciarme. Sentía náuseas, pero esta vez por el chico que tenía a mi lado. No podía creer lo que estaba pasando. Me levanté rápidamente, algo de lo que luego me arrepentí, pues mi cabeza volvió a girar locamente. Casi vomito cuando vi que estaba en ropa interior. Esto no podía ser cierto, no podía ser cierto. Me vestí lo más rápido que pude y escuché como Santiago me decía que me quedara. Era un cerdo, y yo una tonta. Salí de su cuarto rezando porque nadie de su familia estuviera cerca. Eran las nueve de la mañana, por lo que posiblemente sus padres ya estaban trabajando. El problema es que era domingo, y tal vez no trabajaban domingo. Pero tuve la suerte que no había absolutamente nadie fuera de los cuartos.

Abrí la puerta principal y asomé mi cabeza para revisar que no hubiera nadie cerca de esa calle. Salí y me alejé velozmente de esa casa. Pero tampoco me di cuenta que, como ayer Pablo pudo ver que me iba de la fiesta, esta vez había alguien más testigo de lo que estaba haciendo. Alguien además de Santiago sabía mi secreto.



Estaba sumamente cansada. Había caminado desde el pueblo hasta la casa de mi tía, tenía resaca y el pánico me inundaba el pecho cada vez más. ¿Por qué había aceptado ir a esa estúpida fiesta? No hubiera perdido absolutamente nada si hubiera dicho que no. Era una idiota, una tonta, una… Una cualquiera.

Entré a la casa con mi llave extra, mi tía seguía durmiendo, como domingo que era, y yo así lo prefería. El jardín, la sala, el comedor… todo estaba hecho un desastre, aunque sospeché que las chicas me habían ayudado recogiendo algunas cosas. Más tarde limpiaría lo demás. Tomé algo para que se me pasara el malestar, no sin antes vomitar, pues si vomitaba después mi tía lo sabría todo. Era algo desagradable, pero tenía experiencia en todas estas cosas. Claro que lo hice en silencio. Me di un baño y tomé mi celular para hacer algunas llamadas, porque ya tenía saldo.

-¿Marcela? –pregunté.
-¿Regina? –dijo con voz muy suave.
-Tengo que hablar con todas ustedes –mis palabras salían atropelladamente de mi boca-. Pasó algo y yo necesito su ayuda –ahora las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos.
-No creo que podamos ayudarte –respondió cortantemente. ¿Qué pasaba?
-¿Ha ocurrido algo? –me preocupé.
-¿Dónde estuviste anoche, Regina? ¿A dónde fuiste luego de dejarnos encargadas de la fiesta?
-Y-yo... Eso es lo que tenemos que hablar –lloré más desconsoladamente.
-Lo sabemos todo –cortó nuevamente.
-¿Ah, sí? Entonces podrán ayudarme, por favor. No sé si nosotros…
-¿Cómo pudiste hacerlo, Regina? ¿Cómo pudiste luego que supiera que Bea ama a Santiago? Tú prometiste que no le harías caso –estas palabras me chocaron. No comprendía que quería decir. Seguramente no sabían la historia completa. Pero a mí el pánico me atacó más fuertemente cuando me recordé de Bea. Me sentí más estúpida.
-¿Qué? Oh, por Dios. Es cierto.
-Ahora no finjas que no te acordabas.
-Es en serio, no me recordé de nada. Todo fue muy confuso, todo pasó rápidamente, fue horrible.
-Sí, claro. Seguramente lo disfrutaste tanto que llevaste esos besos hasta su casa. Tenemos evidencias.
-¿Cómo dices? –sólo dijo besos, o sea que no sabían si algo más había pasado, como yo.
-Evidencias. Alguien estaba ahí cuando salías de la casa de Santiago, y te tomó una foto con celular.

Eso tampoco podía ser cierto. Y no me importó saber quién había tomado la foto, solo me preguntaba cómo yo misma había logrado arruinar tanto de un día para otro.

-Marcela, por favor –seguí llorando-. Yo no sabía, estaba borracha. Pero necesito su ayuda, por favor perdónenme.
-Olvídalo –colgó.

Me senté en mi cama. Mi mundo comenzó a dar vueltas. No sabía exactamente qué había pasado con Santiago, aunque tenía un presentimiento. Bea y las chicas me odiaban, y no sin razón. El piso de abajo estaba hecho un revoltijo, algo así como mi mente en ese momento. Me recosté y lloré; lloré como nunca antes había llorado, a excepción de aquel día cuando mi padre murió. Fue después cuando pensé que no lograría nada llorando, y que necesitaba urgentemente la ayuda de alguien. Ninguna de mis nuevas amigas me ayudaría, no podía contar con mis viejos amigos, Isabela era apenas una niña, mi tía jamás podría saber lo sucedido y Pablo y yo no nos teníamos tanta confianza todavía. Entonces pensé en una persona que había sido de mucho apoyo para mí al llegar ahí, tal vez uno de los mejores amigos chicos que jamás había hecho en la vida: Mariano. Posiblemente era un tema a tratar con una chica, pero no tenía otra alternativa; no me atrevía a estar sola con estos problemas. Así que me levanté, lavé mi cara y salí de mi habitación. Mi tía ya estaba despierta, pero le prometí que regresaría pronto y limpiaría ese desorden.



“Toc, toc, toc”, sonó la puerta principal de Mariano. Salió su madre, sorprendida de verme.

-Hola, soy Regina, amiga de Mariano –me presenté-. Soy nueva en el colegio.
-Ah, hola, Regina –saludó amablemente su madre-. Ya he oído de ti. ¿Necesitas a Mariano en este momento? Está dormido todavía, ayer hubo una fiesta en tu casa, según entendí.
-Así es –dije-. Pero necesito hablar urgentemente con él. ¿Podría despertarlo y decirle que es sobre la tarea final de sociales? –eso era un código entre Mariano y yo. Pasábamos mucho tiempo juntos en el colegio, y nos inventamos eso en vez de usar las palabras “código rojo”.
-De acuerdo –se extrañó su madre. Claro, quién no lo haría. Un adolescente normal hubiera esperado que fuera el hasta la tarde de ese día para preocuparse por la tarea final que debía ser entregada semanas después-. ¿Quieres entrar?
-Aquí estoy bien –respondí nerviosa.

Mariano salió al fin. Llevaba una sudadera y un bóxer, y parecía más dormido que despierto.

-¿Sí? –preguntó.
-Hola, soy yo –le dije.
-¿Regina? Ah, hola –bostezó-. ¿Qué pasa?
-Es sobre la tarea final de sociales –le expliqué usando el código, pues su madre estaba cerca. Eso pareció despertarlo, lo que extrañó más a su mamá, porque era raro que una tarea causara tanto interés en nosotros. Mariano salió preocupado, cerró la puerta y me preguntó de qué se trataba. Entonces no pude detener mis lágrimas. Él se acercó a consolarme y comencé a explicarle todo. Me detuve y él parecía estar en shock. Pero se recobró y dijo:
-Regina. Regina, tú no, tú no –susurró. Parecía estar procesando las palabras que usaría antes de decírmelas-. ¿Qué pasó con Santiago, Regina? No me digas detalles, definitivamente no quiero saberlo. Pero es necesario saber qué pasó.
-¡No lo sé! –sollocé-. No lo sé, no lo sé, no lo sé, Mariano. ¡No lo sé!
-Tranquila, vamos –me dio unos golpecitos en el hombro-. Lo de las chicas se arreglará después, pero ahora lo importante es lo que ocurrió anoche. ¿Ustedes no…? –la pregunta quedó en el aire. Ya sabía a qué se refería, por lo que respondí:
-Vuelvo a decirte que no lo sé, Mariano. Tengo pánico, tengo miedo, no sé en qué estaba pensando cuando me fui de la fiesta en mi casa anoche.
-¿Te has hecho una prueba? –murmuró bajando el tono de su voz.
-No me atrevo. Ni siquiera me atrevo a entrar a una farmacia –volví a llorar-. Soy una ramera –bajé la cabeza.
-Regina, mírame –me dijo-. Sea lo que sea que haya pasado, ha pasado. No lograrás nada lamentándolo, no podrás retroceder el tiempo llorando. Tienes que hacerte una prueba. Y denunciar a Santiago pase lo que pase.
-Tengo miedo –dije en un pequeño susurro.
-Veré qué puedo hacer –me apoyó. Mariano era un buen chico, había hecho bien en confiar en él-. Iré a la farmacia a comprar algunas medicinas, y entre ellas la prueba de embarazo. No me importa qué piense la vendedora.
-No, Mariano. Luego hablarán de ti, no quiero que te metas en chismes por mi culpa.
-No tardo –me dijo, y yo me senté en la acera a esperar.



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Ojalá les guste :D creo que mañana publicaré... Pero estoy pensando en tardarme un poco más publicando los capítulos. Podría escribir uno cada día, pero se quedarían guardaditos en mis archivos de word :D y publicaría dos o tres a la semana para crear suspenso y eso... Ya lo pensaré! Y les aviso, ok? Adiós!!`

Nota: hay nuevos blogs recomendados a la derecha!! Chequéenlos, están muy buenos. Les describo algunos ahorita y mañana o en la próxima publicación los otros:
Un Extraño Don es la historia de una chava que se llama Jamie. Su padre muere, y de pronto ella descubre un don muy especial. Descubran qué es :D al principio uno piensa que es una cosa, pero resulta que es otra.
Dark Moon es un blog que tiene como canciones y poemas, y ahorita está comenzando una novela. Tiene cosas de anime y manga! Y la historia es original ya que ocurre en TOKIO!
Mañana sigo con los otros... :D

26 de diciembre de 2009

2

CAPÍTULO SEIS. La pijamada. [Parte DOS]

-¡Qué montón de comida! –exclamó (lo que había llevado haciendo el día entero) Isabela.

Las chicas la miraron, pues no sabían que ella iba a estar ahí. Pero la querían, por lo que no les importó nada.

A la pijamada llegaron Bea, Marcela, Mari, Daniela e Inés, otras de la clase. Subieron a mi habitación y comenzaron a ordenar sus cosas. Mi tía ya estaba enterada de la pijamada, pues la llamé un rato después que Pablo dejó la casa.

-Es increíble que en este cuarto tan pequeño podamos entrar todas –comenté.
-¡Si supieras el tamaño del cuarto de Bea! –Rió Mari-. Una vez estábamos como diez chicas metidas en él, casi no se podía respirar.
-¿En serio? Me hubiera gustado estar ahí –sonreí-. ¿Quieren brownies? Isabela y yo los preparamos.
-¡Claro! –dijeron todas, y luego felicitaron a Isabela diciéndole que le habían quedado deliciosos. Era cierto, en realidad.
-Bueno, ¿qué quieren hacer primero? –les pregunté.
-Traje unas revistas… Pero creo que antes oiremos lo que Bea nos quiere contar sobre Santiago –dijo Marcela levantando las cejas.
-Bueno, bueno, tranquila –le reclamó Bea.
-¿Santiago? –preguntó Isabela.
-Santiago es un chico de nuestra clase que le gusta a Bea, Isa –dijo pícaramente Mari.
-¿Cómo es?
-Es alto, tiene pelo castaño, es musculoso… Tiene quince años –le contesté.
-¿Quince? –Preguntaron las chicas, al unísono.
-Santiago tiene dieciséis años, Regina –me explicó Daniela.
-¿Ah, sí? Creí que quince, como todos.
-No, el perdió año en cuarto grado –me contaron.
-Al menos eso me ha ayudado a hablar más con él –suspiró Bea.
-Bien, bien, ¿nos contarás o qué? –intervino Inés, que había estado muy callada viendo algunas de las revistas pero decidió poner más atención a la conversación.
-¡Pero si no es nada importante! Marcela exagera todo. Lo único que pasó es que me lo encontré cuando llegamos a tu casa, Daniela, y salí a comprar los dulces a la tienda que quedaba más cerca. Estaba en la acera, fumando con sus amigos.
-¿Y qué te dijo? ¿De qué hablaron? –me interesé.
-Los saludé, obviamente, pues son nuestros amigos. Ellos me devolvieron el saludo y Santiago me preguntó si quería quedarme.
-Y la gallina de Bea, claro, le dijo que no, que estaba ocupada –se mostró molesta Marcela.
-¡Pero si era cierto! –Se defendió Bea-. Además, odio el humo de los cigarros y no me iba a sentar con ellos como si fuera adicta a eso.
-Estoy de acuerdo –la apoyó Inés-. No hubiera sido bueno si alguien te hubiera visto con ellos… ¿Habían chicas?
-No, ninguna.
-¡Con mayor razón para alejarte! –exclamó Inés.
-Ay, por favor –dijo Mari-. Son amigos del colegio, ni que la fueran a violar o algo.
-¡Exacto! –Continuó la mejor amiga de Bea, o sea, Marcela-. Vamos Bea, sé que debería decir que hiciste bien al alejarte pero… te mueres por él y perdiste una gran oportunidad.

Estas chicas se me hacían cada vez más a mi antiguo grupo… Me puse a pensar… ¿Qué pasaría si…?

-Yo digo que debiste haber hablado un poco más con él, Bea, pero tampoco para quedarte ahí toda la noche –di mi punto de vista.
-Hm… pienso lo mismo –comentó Daniela.
-Yo pienso que todas están locas –intervino Isabela, que se había mantenido muy calladita a pesar de toda el azúcar que llevaba ingerida.
-Pues no pasó nada y punto –terminó Bea.
-Oigan, chicas –cambié de tema-. ¿Acaso en este lugar nunca hay fiestas?
-¿Fiestas? Claro, ni que viviéramos en una cueva. Lo cierto es que no hay muchas que sean seguras, y la mayoría son muy malas –me contestó Marcela-. ¿Por qué?
-Porque hace mucho que no voy a una, y ya me está afectando.
-Podríamos planear una, de todas maneras –continuó-. Podemos hacerla en la casa de cualquiera de nosotras.
-Eso sería ¡increíble! –grité.
-¿Yo también podría ir? –rogó Isabela.
-Bueno, si Pablo te cuida… Es una broma, puedes venir pero solo con el permiso de tus padres –le expliqué-. Además, te juro que alguien de tu edad se moriría de aburrimiento.
-Si cómo no. De todas formas, voy a pedir permiso.
-¿Quién ofrece su casa, para empezar? –preguntó Mari.
-Mis padres estarán fuera el próximo fin de semana –dijo Daniela-. Pero no creo que sea posible que podamos hacerla ahí…
-Está la mía –ofreció Bea-. Pero es pequeña, y no creo que solo vayan a llegar diez personas.
-La mía no está para nada disponible –continuó Marcela-. Con los gemelos, no podremos tener el volumen a más de nivel 3. Aunque tengan cuatro años aguantan mucho tiempo despiertos, pero mi madre no querrá.
-¿Y si la hacemos en esta casa? –pregunté-. Primero le tendría que preguntar a mi tía, claro, y aunque la casa no es muy grande, está el jardín.
-¡Qué esperas! ¡Ve a preguntarle! –me presionaron.

Bajé al teléfono de la sala. Mi tía todavía no regresaba de la reunión son sus amigas que había tenido ese día. Pero antes de marcar su número, sonó el teléfono.

-¿Aló?
-Hola, eres tú, Regina, ¿verdad? Soy la mamá de Isabela. Mira a este Pablo, dejándola ir así como así. ¿Está por ahí ella?
-Ah, hola señora. No, está en el piso de arriba. ¡Pero no se preocupe! Aquí está bien cuidada.
-Claro, lo imagino. E imagino que estará ocupada. Bueno, si quiere algo, dile que me llame.
-De acuerdo –dije.
-Buenas noches.
-Buenas noches, hasta mañana –me despedí.

Después marqué el número de mi tía y le pregunté por lo de la fiesta. Subí a mi cuarto y me quedé en silencio, para crear suspenso.

-Tardaste miles –me replicó Marcela-. ¿Qué dijo?
-Dijo… ¡que sí!
-¡Tu tía es increíble! –Exclamó Daniela-. No sé por qué siempre dices que es anticuada y todo eso.
-De seguro me dio permiso para mantenerme a gusto, me imagino. Pero es genial, ¿no?
-Más que genial –afirmaron todas. En ese instante comenzamos a hacer los preparativos, decididas a crear las mejores de las fiestas. Sería el próximo fin de semana, el sábado. Estarían invitados todos los de nuestro grado, la mayoría de los mayores y algunos de los menores. La emoción de una fiesta cercana comenzaba a afectarme, ya hacía muchísimo que no iba a una. Y de pronto, el mismo pensamiento que tuve cuando pensé que estas chicas se parecían a mi grupo respecto a algunas opiniones que tenían volvió a aparecer. ¿Qué pasaría si… un nuevo grupo nacía entre nosotras? Podría ser solo de chicas, para contarnos chismes y eso. También podríamos incluir chicos cuando fuera necesario. Pero cuando fuéramos solo chicas, seríamos más íntimas, amigas de corazón. Seríamos las DIMBRIM o algo así… por nuestras iniciales, claro. Pero pensé que mi idea tendría que esperar antes de decirla en voz alta.



La pijamada fue genial, sin duda alguna. Pero llegó la mañana y nosotras, sin haber dormido ni una pizca (incluso Isabela), salimos medio vestidas y medio empijamadas al jardín. Ya era media mañana, y habían llegado por Daniela, Inés y Bea. Marcela y Mari fueron recogidas poco después, y yo me quedé con Isabela. En eso escuché un “clic” a mi lado. Era Pablo, que con su cámara Canon acababa de tomarme una fotografía.

-¡Buenos días! –saludó. Llevaba un pants gris y una camiseta en V azul, con unas sandalias cafés muy informales pero cómodas.
-Hola, Care Bear –le dije. Quitó de repente su gran sonrisa-. ¡Vamos! ¡Era una broma!
-Hola, Pablín –le saludó su hermana-. ¿Por qué nos tomas fotos?
-Solo les tome una, para sorprenderlas. Julio está a punto de venir por mí. Me acompañará a tomar algunas fotografías por todas partes –explicó. Julio era uno de los chicos con quien se juntaba. Era moreno, de pelo un poco rizado y oscuro. Apuesto como él, pero no tanto.
-¿Qué no puedes ir solo? –me burlé-. Aw, ¡el nene necesita de su mejor amigo para ir a tomar fotos!
-Claro que no –se defendió-. Lo que pasa es que después iremos a la casa de Adriana, y como no he sacado mi licencia. Dichoso Julio, él cumplió dieciséis hace pocos días y rápidamente lo llevaron a hacer el examen.
-¿Y a qué van a la casa de Adriana? –pregunté. Adriana era otra amiga, rubia y muy divertida.
-Bueno, a divertirnos.
-Ay, que obvio –le contesté-. Oye, el otro fin de semana las chicas y yo daremos una fiesta aquí en mi casa. Estás invitado, no hubo manera en que lograra quitarte de la lista –fingí.
-Ya veré si tengo mi agenda libre –dijo el muy engreído, y luego nos reímos.
-Mejor si no puedes venir –murmuré en broma.
-Terminemos ya con esto –exigió Isabela-. Vamos a dar una fiesta y estás invitado.
-Vaya, no sabía que tú estabas incluida en el “las chicas y yo” –se sorprendió Pablo.
-Pues ahora ya lo sabes. Voy a entrar a bañarme. Les sugiero que hagan lo mismo, los dos apestan –dijo Isabela, saltándose mi jardín para ir al suyo.
-Que dulce hermana –me dirigí a Pablo.
-Como un algodón de azúcar –suspiró-. Y no sé tú, pero yo ya me bañé. Es solo que tengo esta ropa para estar más cómodo.
-Se nota que estás bañado –apunté-. En cambio yo… bueno, ya sabes. ¿Desde cuándo tomas fotografías? Que linda cámara.
-Gracias. Desde hace algunos años, tal vez comencé a los ocho con fotos feas y para nada profesionales. Aunque mi afición fue quizás antes, porque cuando era pequeño solo vivía pidiéndoles a mis padres y a Santa que me trajeran cámaras, sin saber que todas eran de juguete, claro. A los doce comencé a trabajar con cámaras más profesionales. Un año después mis padres me inscribieron en un curso, y lo aproveché de veras. Volví a asistir a otro hace un año y ahora, a los quince, aquí me tienes. Me regalaron esta que ves aquí la navidad que acaba de pasar.
-Qué increíble… Vaya, qué montón de tiempo. ¡De veras te gusta! Y la cámara se ve fabulosa –dije-. Yo no tengo ninguna afición como esa –admití.
-Para algo eres buena –me animó.
-Sí, para hacerle la vida imposible a mi madre y a mi hermana.
-¿Tan mala eras? –preguntó.
-Pues… sí, algo.
-¿Sabes? No creo que seas tan mala como dices. Puede ser que hayas sido rebelde y todo lo demás, pero si no fueras algo “buena”, ni siquiera te juntarías con las chicas y menos con Isabela. Tal vez lo único que necesitas son amigos de verdad.
-Eso mismo pienso –confesé.
-¿Tus amigos allá no eran buenos amigos?
-Estando aquí me he dado cuenta que no.
-Lo siento mucho –dijo Pablo. Esperó un minuto, se hincó y tomó una fotografía. Era un pequeño insecto sobre una hoja de arbusto-. ¿Y tu padre? –se interesó al levantarse-. No lo mencionas… No respondas si es incómodo –agregó rápidamente.
-¿Mi padre? –respiré profundo, viendo a otra parte. Luego lo miré de frente, diciendo-: falleció. Hace dos años, problemas de corazón.
-Lo siento muchísimo, Regina –se acercó, dejando la cámara de un lado. La separación de nuestros jardines estaba de por medio, pero eso no evitaba que se acercara lo más que pudiera-. Qué horrible.
-Sí, mucho –conté-. Murió el 29 de noviembre.

Pablo estuvo callado un momento, y luego bajó la cabeza.

-¿Pasa algo? –le pregunté.
-Nada, nada –dijo, levantando la cabeza. En eso un carro negro se acercó, se parqueó enfrente de la casa de Pablo y Julio salió del asiento delantero. Llevaba unos lentes de sol y audífonos puestos. Se miraba muy bien, como todos en ese grupo de chicos y chicas.
-¿Listo, amigo? –dijo casi gritando, pues los audífonos le impedían notar que no estaba hablando con un volumen normal-. ¡Ah! Hola, Regina. ¿Qué hay?
-Que gritas mucho, Julio, eso hay –le contesté riendo.
-¡Oh! ¡Lo siento! –se disculpó sin parar de gritar.
-Bueno, creo que me voy –se rió Pablo-. Nos vemos después –guiñó un ojo y salió de su cerca. Pero no subió al auto, sino que él y Julio se pasaron al otro lado de la carretera, al terreno inmenso, propiedad de nadie, con árboles y arbustos y tierra.
-Adiós –les dije, y me entré a la casa a ver el cuaderno de mi padre.



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Aquí está la otra parte! Tuve que publicarlo separado porque no me dejaba todo junto... Bueno, ojalá les guste! Y la subí sábado como les dije :D aunque haya sido a las 11:30 :P pero miren que les dejé un mega capítulooooooooon! hahaahah
Qué creen que pasará en la fiesta? Porque no todo será bueno... Comenten!! Adiós!! Por cierto, ya no estoy tan enferma :D

BAD NEWS: Pablo, el niño de 12 años que estaba grave, murió hoy en la noche. A rezar por él y su familia.
1

CAPÍTULO SEIS. La pijamada. [Parte UNO]

Volví a salir por la cerca, y caminé por la orilla de la carretera que estaba de por medio entre nuestras casas y un terreno grande, algo seco y con árboles, lo mismo que nos rodeaba a los lados hasta llegar a la entrada de la pueblo. El colegio quedaba al lado opuesto del pueblo, o sea, “más cercano” a Pablo que a mí, aunque fueran solo unos cuantos metros de distancia.

Pablo me abrió su cerca y nos saludamos con un beso en la mejilla. Dijo que me acompañaría a entrar.

La casa de Pablo era un poco más grande que la de mi tía, y la decoración era muy bonita. Tenían muchos cuadros y las gradas no estaban enfrente de la puerta principal, sino a un lado de la cocina, comedor y sala. Me dio un pequeño recorrido y luego me instó a subir. Llegamos al piso de arriba, donde había una pequeña sala familiar, un baño y tres cuartos. Tocó la puerta del primer cuarto a la izquierda. Mientras, pensaba en que era algo hipócrita decir que nunca me había molestado Isabela, justo después de enterarme que estaba enferma. Pero lo que estaba haciendo era algo muy bueno, así que me olvidé de lo otro.

-¿Isa? –preguntó. Abrió la puerta y nos encontramos con Isabela sentada en el suelo, y millones de calcomanías por todos lados. Su cuarto era de todos colores. Su cama se miraba muy cómoda, y tenía una gran librera. Me fijé en las calcomanías-. Isabela colecciona cosas –explicó Pablo-. Desde stickers hasta conchas de mar.
-¿Ah, sí? ¿Desde cuándo te gusta hacer eso, Isabela? –Le pregunté.
-Hola, Regina –me saludó. A mí se me había olvidado hacer eso-. Desde hace mucho tiempo. Amo las que son de edición especial –me sonrió, señalando algunas de tantas calcomanías.
-Oye, ¿y no te gustaría dejar eso para otro día y venir a una pijamada a mi casa? Me puede ayudar con algunos de los preparativos.
-¿Pijamada? ¡Genial! –Se levantó rápidamente y corrió a su clóset-. ¡Pablo! ¡Bájame el sleeping bag!
-Tranquila, tranquila –le dijo, y luego me miró a mí-. Gracias por desatar el huracán.
-No hay de qué –le contesté riendo.

Guardamos otras cosas que Isabela podría necesitar, y luego salimos de la casa directo a la mía. Pablo se quedó en la puerta, pero lo invité a pasar diciéndole que todavía no había llegado la hora de la pijamada para chicas.

-¡Me encanta tu casa! –Exclamó Isabela-. Ya había venido antes, para visitar a tu tía. Pero es la primera vez que tú me invitas.
-Lo siento si no lo hice antes –me disculpé-. Pero ahora ya sabes que puedes venir cuando quieras. Si quieren, dejemos estas cosas arriba y luego bajemos a preparar un poco de comida, ya que las chicas traerán más. Mi tía no está en la casa, regresará más tarde.

Llegamos a mi cuarto, y me dio pena ver que estaba muy desordenado. Isabela no permitió que Pablo entrara, y eso me dio mucha risa, porque luego me dijo que era porque su madre le había prohibido estar en el cuarto de una chica con chicas, pero que ella seguí sin entender por qué. ¿Risa? Fueron mas bien carcajadas.

-¡Qué bonito cuarto! –parecía que a Isabela le gustaba todo en la casa.
-¿Te gusta? Eso es bueno –le sonreí. Dejamos la bolsa para dormir y las otras cosas y bajamos.
-Muy bien –comencé a decir-. ¿Qué preparamos?
-BROWNIES –comentó entusiasmada Isabela.
-No, ya comiste demasiado chocolate –le prohibió Pablo-. Mejor algo como… frutas o algo así, Regina. Este monstruo no las dejará dormir si sigue comiendo tanta azúcar.
-¿Monstruo? ¡Pero si soy tu Star Catcher!
-¿Star Catcher? –pregunté. Pablo enrojeció.
-Sí, sí –me explicó Isabela-. Y él es mi Care Be... –no pudo terminar, porque Pablo le tapó la boca.
-Suficiente por hoy –dijo su hermano rápidamente-. Entonces, ¿qué prepararás? ¿Te ayudo en algo?
-No tan rápido –dije-. ¿Star Catcher? ¿Care BEAR? ¡Exijo saber qué significa!
-No es nada –se sonrojó Pablo, de nuevo.
-¡Yo te explico! –gritó Isabela, liberándose de Pablo y corriendo a donde no la podía atrapar-. Él me llama Star Catcher, que significa Receptora de Estrellas, porque soy una niña que ama coleccionar cosas y pide deseos todo el tiempo. Y él es mi Care Bear, porque es suavecito y dulce como un osito cuando quiere –y en ese momento se tiró una carcajada, al igual que yo.
-¡Cállense! –gritó él-. ¡No es gracioso!
-¡Care Bear! ¡Care Bear! –comenzamos a molestarlo. Pablo estaba tan rojo que parecía que explotaría en cualquier momento.
-Basta, o Isabela no se queda –amenazó.
-Ni que tuviera que tener tu permiso –le contestó ella-. Mamá me dejará de todas maneras.
-Aun no hemos llamado a mamá para que te deje, yo soy el que va a intervenir para que te puedas divertir esta noche.
-¡No es justo! –suspiró-. De acuerdo, no te molestaremos más… Care Bear.

Me volví a reír a carcajadas. Pablo se acercó a mí y, muy, muy cerca, me dijo:

-No te atrevas a decir algo de esto en la clase –su aliento olía delicioso. Sus ojos eran de un todo muy intenso, y su nariz se miraba más perfecta de cerca.
-De acuerdo, de acuerdo –le aseguré, riéndome todavía-. Juro que nada de esto saldrá de mi boca, Care Bear –Isabela volvió a reír, Pablo hizo un pequeño mohín y luego salió de la casa.

Con Isabela ordenamos mi habitación y preparamos los brownies que tanto quería, pero los hicimos bajos en azúcar. Las chicas llegaron puntuales, con pizza casera, ensalada, bolsitas de papas, gaseosas y dulces.



__________________________
Hola! Publico el capítulo seis por separado porque no me deja publicar todo junto :S

25 de diciembre de 2009

1

NOTA

Hola! Lo siento por no escribir hoy... Voy a la mitad del capítulo seis, pero estoy algo enferma (vayan a mi otro blog, está más "explicado"), y eso está afectando mi imaginación. Mejor publico más tarde o mañana, porque no va a servir de nada que escriba cualquier cosa así como estoy! Denme tiempo para inspirarme :P o mejor todavía, ayúdenme! :D

Y OIGAN! FELIZ NAVIDAD. Ojalá se la pasen increíble!! Cuéntenme qué les regalaron y eso! Yo ya estoy en guate hahahaha... Porfa, todas las personas que lean esto... recen por un niño de doce años llamado Pablo Chiu que está muy grave. Con un minuto es suficiente; imaginen que horrible sería que tu hijo o tu hermano muera en navidad.
Gracias (:

22 de diciembre de 2009

4

CAPÍTULO CINCO. Amigos.

Esa noche casi no pude dormir. Mis pensamientos revoloteaban como palomas en una iglesia. ¿Qué pensaba? Pensaba de todo. Pensaba en mi familia, en mis antiguos amigos, en mis nuevos amigos, en Pablo y en Isabela. Esa niña… la que yo había considerado tan estresante e inmadura. Ahora me daba cuenta que esa era la imagen que yo misma había creado de ella, sin que ninguno de sus actos lo justificara. Esto me enseñaría que ese dicho “No juzgues a un libro por su portada” era completamente cierto.

Después volví a pensar en mis antiguos amigos. Cada día me daba cuenta la falta de interés que demostraban por mí. Mi celular no tenía saldo, y odiaba hablar desde el teléfono de la sala, así que estaba más que incomunicada, pues mi tía no tenía computadora u otro medio de comunicación. Pero ellos sí tenían saldo y teléfonos en su casa. Podían hablarme cuando quisieran. La tristeza me inundó cuando pensé esto, y de pronto sentí vacío el corazón. Daniel tampoco se preocupaba.

Era la una de la mañana cuando, de pronto, mi celular comenzó a vibrar y sonar. Lo cogí de la mesita de noche y leí el identificador de llamadas. “Gaby TORPE” decía. Era Gabriela, una de mis amigas de la ciudad. No podía creerlo. ¡Daba miedo pensar que hace solo un momento había pensado en esto! Presioné el botón de contestar y saludé.

-¡Hola! –me dijo entusiasmada ella-. ¿Cómo estás? ¿Estabas durmiendo? Lo siento, los chicos y yo estamos en la casa de Sebas. ¿Puedes creer que mi mamá se creyó la mentira que iría a casa de Jimena para estudiar y me quedaría a dormir ahí? Pobre, ¿verdad? Si supiera que en este momento estamos tomando cerveza –oí muchas risas al otro lado del teléfono-. Los chicos te mandan saludos.
-¿En serio? Oh, chicos, vivir aquí es horrible. Es cierto que hay personas muy buenas… pero de todas formas no es como casa. Ya había creído que se habían olvidado de mí.
-¿Bromeas? –me dijo-. ¿Cómo nos olvidaríamos de ti? Espera, Daniel te quiere hablar.
Mi corazón dio un salto ahora.
-Hola, linda –me saludó-. ¿Cómo te va?
-¡Hola, Dan! Pues la verdad no muy bien. Y hoy me enteré de una noticia terrible; mi vecina de nueve años tiene linfoma y…
-Oye, oye, tranquila, que no tenemos toda la noche –me interrumpió bruscamente-. Espera, ahora te quiere hablar Sebas.
-¡Hey! ¿Qué tal? –preguntó Sebas. Sebas era, con Daniel, los dos chicos más codiciados de nuestra edad-. No puedo creer que te estés perdiendo la fiesta, Regs. Y no creas que tomamos cerveza, nosotros somos más finos. ¡Alcohol pero de la mejor clase! –“sí”, pensé. “Se nota que ya están algo pasaditos de copas…”.
-No tomen tanto, chicos. Mañana no resistirán ir al colegio –escuché una carcajada y luego Gaby volvió a tomar el teléfono.
-¿Bromeas? –Comentó con una risa-. ¿Quién irá al colegio mañana? Solo tú, Reggie –y siguió riéndose-. Bueno, vamos directo al grano. Me preguntaba si podías prestarme tus medias magenta, las texturizadas. ¿Me las podrías mandar con alguien? ¡Me urgen!

No podía ser cierto. No me llamaban solo para pedirme algo prestado, ¿verdad? Mi corazón volvió a romperse.

-Sí… Si consiguió con quien mandártelas, claro, por supuesto…
-¡Qué bien! –dijo-. De acuerdo, entonces. Oye, ya se me acaba el saldo. ¿Nos hablamos otro día?
-Pero, pero… No me llamaste solo para esto, ¿no es así? Seguimos siendo las mejores amigas, ¿verdad?
-¡Por supuesto, Regs! Me tengo que ir… ¡Adiós! –y colgó. Pero antes de colgar, escuché que le decía a los otros chicos: “…ya va Regina con sus cursilerías…” y muchas carcajadas de grupo. Maldije a todos esos chicos y me dormí llorando.



La mañana siguiente fue muy fría. La semana se acabó, y llegó el deseado fin de semana. Era increíble pensar que, a pesar que solo habían transcurrido dos semanas de colegio, el descanso era pedido a gritos.

Yo, como de costumbre desde que me mudé aquí, no tenía nada más que hacer que ayudar a mi tía con los quehaceres y trabajos de la casa. Pero de pronto se me ocurrió llamar a Bea y Marcela; desde el viejo aparato de la sala, claro. Quedamos en que me recogerían e iríamos al “centro comercial” de esta pequeña ciudad-pueblo. Sería un día de chicas.

Subí a mi habitación y me puse una vestidito blanco un abrigo de lana gris, y unas medias turquesas por debajo. También unos collares. Cogí una bolsa y mi cámara.

-¡Regina! –escuché un grito fuera de la casa, seguido de la bocina de un carro. Salí y me encontré con Bea abriendo la cerca.
-¡Hola, Bea! ¿Qué tal? –nos saludamos de beso.
-Súper. ¿Y tú? –en ese momento también Marcela salió del carro.
-¡Hola, chica! ¿Nos vamos? –y nos “montamos” en el auto.

El centro comercial era muy pequeño. Apenas tenía dos pisos. Pero era suficiente, a decir verdad. Era como un mega mall en chiquito; tenía todas las necesidades de las personas y aprovechaba espacio. Nos dirigimos al área de comida, pues aunque apenas eran las diez de la mañana, Marcela tenía hambre. Dijo que no había desayunado.

-¿Saben, chicas? Mi mamá me regaló un gancho para el cabello hermoso. Es verde, gris y negro, por lo que combina muy bien con mis ojos –dijo Marcela, presumiendo de broma sus ojos, moviendo las pestañas.
-Lo sabemos –murmuró Bea, poniendo los ojos en blanco-. No has parado de presumirlo toda la semana, presumida –y nos pusimos a reír.
-Yo lo que más necesito, y en verdad con urgencia, es una dosis extra grande de tecnología. Mi tía es una anticuada, no tiene ni televisión. ¡Me urge una laptop! –comenté.
-¿Y por qué no vienes a alguna de nuestras casa? –Ofreció Marcela-. Ves, Bea, no soy tan presumida y mala persona como dices.
-Una laptop la ofrece cualquiera –siguió bromeando Beatriz-, pero es cierto, ven a nuestras casas cuando quieras, Regina.

Ahora nos dirigíamos a las tiendas. Las chicas me dijeron que había una cuya especialidad era los lentes de sol, y todos eran de marcas originales. Por lo tanto, muy caros. De todas formas fuimos a ese local.

-Oye, Regs –dijo Marcela-. ¿Puedo preguntarte algo?
-Claro.
-De pronto esta semana has estado… bueno, rara. Triste, mejor dicho –esperó un segundo-. ¿Por qué?
-¿Triste? ¿Yo? ¡Para nada! –me reí falsamente.
-A nosotras no nos engañas, chica –sonrió Bea.

Así que mi tristeza por lo del lunes se había notado hasta en la clase. Me inventé una excusa rápidamente, pues no quería hablar de esos “amigos”.

-Ah… Sí, claro. Lo que pasa es que… Lo que pasa es que mi tía me contó lo de Isabela –les puse como justificación. Luego me arrepentí, pues no sabía si ellas ya lo sabían. Pero sería tonto si no, por lo que me relajé.
-Ah –dijeron las chicas, y pusieron caras serias-. Sí, es algo horrible. Pero ella es muy fuerte, y le ha dejado claro a todas las personas que conoce que no quiere verlos tristes, sino disfrutar con ella cuando estén junto a ella. Es tan valiente –la que dijo esto fue Bea.
-A mí me da tristeza la familia entera, también. Pobre Pablo. Era unos de los chicos más inteligentes de la clase y casi sin esfuerzo. No era un estudioso, sino simplemente inteligente. Y me imagino que sigue siéndolo, pero todo esto le ha hecho tener la cabeza en otro lado, por lo que ahora ya no presta atención a lo que hace –comentó Marcela.
-¿Ahora saca malas notas? –pregunté con interés.
-No tanto, pero a comparación con sus antiguas calificaciones, ha bajado mucho. Ni siquiera logró un 75 en el último examen final que tuvimos de matemática, y eso que esa materia es su fuerte –explicó.
-Ya veo… y… Olvídenlo.
-¿Qué cosa? –intuyeron.
-Es que… ¿Es por eso que también se muestra muy distante de mí? –la preocupación se mostró en mi rostro y voz. ¿Por qué me preocupaba tanto sobre este tema? ¿De verdad era tan ególatra que no soportaba que hubiera alguien que no me quisiera?
-¿Distante? Yo no me había dado cuenta –admitió Bea-. Pero debe ser por eso. Antes era mucho más social y divertido. No es que ahora no lo sea mucho.
-¿Por qué te interesa? –preguntó Marcela. Genial, la pregunta que no quería responder-. No te gusta, ¿verdad?
-¿Gustarme? No, para nada –eso era cierto… ¿verdad?-. Es sólo que quería saber.
-Ahora que hablamos de gustos, ¿Santiago te gusta? –se apresuró Bea.
-No me gusta –dije yo-. Pero me parece muy atractivo. Tampoco me molestaría llegar a algo más con él, a decir verdad –me encogí de hombros.
-¡Pues lo tienes prohibido! –Rió Marcela-. ¡Le encanta a Bea!
-¿Es eso cierto? –me dirigí a Bea con una gran sonrisa.
-Sí, así es. Y tenía miedo que a ti te gustara. Aunque no debería importarme, pues Santiago nunca se fijaría en mí. Pero en cambio a ti te mira como si fueras el último chocolate en la tierra –se entristeció.
-¿Bromeas? –intenté tranquilizarla-. ¡Eso no es cierto! Tal vez podría haber parecido que yo le estaba coqueteando, pero no fue mi intención. Además, si alguna vez llega a hacerme caso, lo mandaré por el desagüe.
-¿Te atreverías? –me preguntó, ya con más ánimos.
-Si es por ti, ¡por supuesto!

Ya eran las cuatro de la tarde. Nos pasamos en el centro comercial mucho tiempo, pero luego nos fuimos a un parque. A esa hora organizamos rápidamente una pijamada en mi casa. Las chicas llamarían a otras de la clase, y todas nos juntaríamos a las siete de la noche. Llevarían comida y bolsas para dormir. Me fueron a dejar a la casa para comenzar con los arreglos, y cuando entraba por la cerca escuché un saludo.

-Hola, vecina.

Pablo estaba en el patio de su casa. Llevaba un sudadero verde musgo que le iba muy bien.

-¿Pablo? Hola, ¿cómo estás? –le respondí su saludo.
-Bien, gracias –esta tarde se miraba muy feliz. Era raro hablar así de alguien, como si tuviera problemas de personalidad. Pero Pablo al menos tenía una excusa. Además, sabía que si lo conocía mejor me daría cuenta de cómo era en realidad-. ¿Y tú? Que bonito vestido. Que bonito abrigo, medias y todo lo demás, también.
-¡Gracias! Yo estoy muy bien. Acabo de regresar del centro comercial y el parque; estuve todo el día afuera con Bea y Marcela. Es mas, estaré toda la noche con ellas y otras chicas. Aunque creo que debería pedirle permiso a mi tía antes… Haremos una pijamada.
-¿Pijamada? Genial –sonrió. Tenía una sonrisa muy bonita.
-Así es –sonreí también-. Te invitaría, pero no eres una chica. ¡Lo siento! –bromeé.
-No te preocupes, soportaré espiarlas desde mi habitación con mis binoculares –debí haber puesto tal cara, que agregó-: es una broma, Regina.
-Oh, sí, lo siento. ¿Está Isabela en la casa? Ella sí puede unirse –ofrecí.
-¿En serio quieres tener a mi hermana contigo? Creí que no la soportabas.
-¿No soportarla? –Hice una cara fingida de sorpresa-. ¡Claro que la aguanto!
-Bueno, si quieres puedes pasar a invitarla. O la llamo yo, como quieras.
-Creo que la invitaré yo misma…



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Hola! Gracias por dejar comentarios! No creo que pueda publicar hasta el viernes, pues me voy a El Salvador mañana!!

Respecto a los comentarios, me han sugerido que agregue más acción, que publique más rápido y que agregue vampiros y licántropos a la historia. Y NO me ofendí, tranquila! Veré como puedo arreglar lo de la acción, pero es que en realidad la historia es como de no-tanta-acción. Y con lo de publicar más rápido, no sé si podría publicar dos capítulos por día. Hasta ahora he publicado uno por día (a excepción del domingo; no estuve todo el día en mi casa). El otro problema es que el 18 de enero comienzo el colegio, y me será más difícil escribir, pues intento hacer lo capítulos de por lo menos 4 páginas de Word, si no son 6. Y con lo de agregar vampiros y licántropos, muchas gracias por sugerirlo! Pero no creo que lo haga :S al menos no en esta historia! Quería cambiar un poco sobre lo que está tan de moda ahorita, que es escribir sobre esas "criaturas". Me encanta twilight, pero prefiero seguir con mi historia con personas humanas XD pero igual agradezco que me lo sugirieran!! sigan así :D y ya chequee muchos blogs de esos y me encantan; ya soy hasta seguidora :D

NOTA IMPORTANTE: Cambié el nombre de Santiago, el amigo del antiguo grupo de Regina (Grupo X) por SEBASTIÁN, para no confundirlo con el Santiago que acaba de conocer en el nuevo lugar.

Gracias por entrar a Luz bajo las sombras! Y no olviden mi otro blog.

21 de diciembre de 2009

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CAPÍTULO CUATRO. Enfermedad.

El resto de la semana fue bastante tranquilo. Llegué a conocer más a fondo a Marcela, Bea, Mariano, Rodrigo y Mari, pero yo nunca les contaba demasiado de mí. Descubrí que a Bea le gustaba le leer y escribir. Siempre ganaba todos los concursos de literatura. Marcela era una artista nata. Dibujaba y pintaba hermosamente. Además, era muy creativa para cualquier situación. Mariano era una persona muy sociable. Conocía a casi todos los chicos del colegio y era amigo de ellos. Conversaba con los profesores como si fueran amigos de toda la vida, y hacía lo mismo con cualquier persona que se le atravesara. Mari era una amante de los animales; su sueño era convertirse en bióloga marina, pues le fascinaban los acuáticos. Rodrigo hacía deporte muy seguido y era bueno para cada uno de ellos. El talento le escurría por los tenis.

En la semana también socialicé más con el resto de la clase; ellos me buscaban. Pero con el único con quien no lograba hacer conversación era con Pablo. A veces se miraba triste como el primer día que lo conocí; otras veces era el alma de la fiesta en la clase. Me fue muy fácil iniciar plática con su grupo de amigos, pero él siempre se mantenía distante de mí. Como imaginan, mi mente no había dejado de ser superficial y orgullosa luego de cinco días, por lo que me sentía indignada al saber que él no sentía ni una pizca de curiosidad por mí como todos los demás lo hacían.

Le resté un poco de importancia, pues un chico bastante atractivo se mostraba interesado en pasar su tiempo conmigo. Era un poco más alto que Pablo, su pelo era entre castaño y rubio y tenía un cuerpo atlético. Destilaba cierto aire arrogante, pero ya estaba acostumbrada a lidiar con chicos así. Hacía bromas por cualquier cosa que pasara, y todos en la clase se reían como si lo que hubiera dicho en verdad hubiera sido gracioso. Yo también lo hacía, pero para que no me excluyeran. También detecté que este chico era un poco intolerante, como si tuviera problemas de ira o algo así. Pero qué sabía yo. Se llamaba Santiago y se sentaba a tres escritorios del mío.

-Hola, Regina –fue la frase con la que lo conocí mi segundo día en el colegio-. ¿Qué tal?
-Hola –saludé algo sorprendida, pues no sabía que era él quien me hablaba hasta que volteé-. Bien, gracias –debió notar cierta duda en mi rostro, pues rápidamente se presentó.
-Soy Santiago. De seguro ya me habías visto, ¿no? Bueno, ¡quién no! –rió, refiriéndose a su altura.
-Sí… quien no –reí falsamente, pues no sabía qué más decir.
-Así que… vienes de la ciudad. ¿Tenías muchos amigos allá?
-Muchos. Salía a fiestas con ellos casi todos los días –una vez que comenzaba a hablar de mi vida antigua, no podía parar de presumir lo que tenía.
-Ya veo… Has salido con muchos chicos entonces, ¿no? –se aventó.
-Sí, algo –creo que enrojecí.

Y no dijo nada más, solo se rió pícaramente. Me molestó que lo hiciera, pero estoy acostumbrada a ser bastante indulgente con los chicos guapos… así que no dije nada yo tampoco.

Los días pasaban lentamente, y por mucho que intentara mantener la mayor parte de mi vida en secreto, mi personalidad comenzaba a salir a flote. Los chicos notaban que cada día llevaba accesorios diferentes al colegio. Algunos no eran permitidos, por lo que me los quitaba en clase y luego me los volvía a colocar. También llevaba una rigurosa dieta y siempre tenía en mi bolsillo de la blusa un desinfectante de manos. Ya me consideraban una chica fresa y apenas había pasado una semana de clases. Llegué a creer que en realidad no le caía bien a todos, pero es imposible agradarle a toda la gente. Además, no me importaba, pues no suponían peligro para mí como hubiera sido si el Grupo X me empezara a ignorar.

Pero el peligro comenzó cuando el grupo que me había aceptado descubrió cómo era yo en realidad. Notaban que me comportaba de forma diferente con Santiago, como si él fuera alguien importante. Lo mismo sucedía con los otros chicos guapos y mis fracasos con Pablo. Pero mi grupo era indulgente y comprendía que yo ya había tenido una vida antes de todo esto, por lo que me costaría el cambio. Aunque dudaba si Mari era una amiga para fiar en verdad…

-¿Quieres ser mi pareja? –me preguntó Mariano el lunes por la mañana. Estábamos organizando nuestro primer proyecto de estudios sociales, y Marce y Bea iban en grupo, así como Rodrigo y Mari.
-Claro –le sonreí. Mariano era uno de los chicos que mejor me caía en esa clase. Y tenía esa carita que me encantaba; parecía un niño pequeño.

Planeamos realizar un globo terráqueo grande donde colocaríamos muchas banderitas; el proyecto era sobre ataques terroristas en el mundo, así que esa forma facilitaríamos la visualización de los países donde habían ocurrido los ataques de los que hablaríamos. Luego sonó la campana y decidimos continuar al día siguiente.

-Oye, Mariano, ¿te gusta ser mi amigo? –le pregunté al salir de la clase.
-¿Cómo? Claro, me gusta. Que pregunta más rara. ¿Por qué lo preguntas, de todas formas?
-No lo sé… Siento que no… Olvídalo.

Mariano tenía una cara de confusión, y quería saber qué era lo que pasaba.

-¿Qué es lo que pasa? ¿Bea o alguien te ha dicho algo? ¿Alguien que no es de nuestro grupo? Ignóralos, Regina. Nos caes muy bien y te queremos en el grupo.
-¿Estás seguro? –ahora sí decidí abrirme y mostrarle mi preocupación-. Lo siento si parezco una presumida y frívola, es solo que esa soy yo y me es muy difícil cambiar de un día para otro.
-Tranquila –sonrió, y eso me calmó.

El día en el colegio terminó y esa tarde no tenía muchos deberes que hacer, por lo que salí a respirar aire afuera. Me encontré con Isabela.

-¡Hola, Regina! –me saludó.
-Hola, niña. ¿Ya terminaste tus tareas?
-Ya –buscó a JellyYogurt por todo el jardín de la casa de mi tía y, al no encontrarlo, continuó hablándome-. ¿Tú ya las terminaste?
-No, en realidad. Solo me falta matemática.
-¿No te gusta mate? –preguntó.
-Un poco. ¿A ti?
-A mí no me gusta nada. ¡Me aburre! Pero Pablo siempre se inventa juegos para que me sea más fácil y divertido aprender.
-Vaya, parece que es un buen hermano, al menos –todavía no se me había olvidado que Pablo era el único que no me trataba igual.
-¿Qué quieres decir? –inquirió Isabela, extrañada.
-Nada, olvídalo. Oye, ¿por qué Pablo te quiere tanto, pero no es siempre así con los demás?
-Bueno, es diferente.
-¿Cómo es eso? –me interesé.
-Muchos chicos son diferentes a él. Se comportan crueles con sus hermanos y mal con sus padres, pero con sus amigos son de lo mejor. Pablo es diferente. Tiene otras… ¿cómo dicen? ¿Prioridades?
-¿Así que su prioridad es la familia y por eso es tan antisocial?
-¿Antisocial? ¡Pablo no es antisocial! Le es muy fácil hacer nuevos amigos, lo que pasa es que no con todos hace esa conexión de amistad. Al menos no desde que… ¡Bueno, qué importa! ¿Quieres jugar escondite? –cambió de tema prontamente.
-Lo siento, niña. No tengo ganas y para jugar el verdadero escondite necesitas más de dos personas. Sería muy aburrido si no es así.

De pronto la puerta se abrió y Pablo salió muy preocupado.

-¿Isabela? Entra a la casa –luego me miró y no me dirigió ninguna sonrisa, pero tampoco ninguna mala cara-. ¿Hay algún problema?
-¿Disculpa? Esta es mi casa, es ella quien salió a hablarme.
-Lo sé –dijo-. No te estoy regañando ni nada, solo pregunto si ha pasado algo.
-¿Qué podría pasar? En este lugar nunca pasa nada interesante.
-Pues este lugar es nuestro hogar –dijo con su mismo tono de seriedad.
-Oye, ¿cuál es tu problema? No tienes que hablarme así.

De pronto pareció reaccionar a lo que estaba sucediendo y, suavizando el rostro, se excusó.

-No, no, lo siento. Yo sé que… oye, perdón por cómo te he tratado. Es solo que… Nos vemos mañana –y ahora sonrió, con la misma sonrisa sin alegría que ya había visto muchas veces-. ¿Nos vamos, Isa?
-De acuerdo –dijo alegremente la pequeña. ¿Cómo soportaría estar encerrada con su hermano neurótico toda la tarde? Su mamá también estaba ahí, claro, y su padre regresaba por la noche después de trabajar. De todas formas debía de ser sofocante e irritante.
-Adiós –les dije, sonriendo también. Todo este misterio me estaba dando miedo. ¿Ahora me iban a decir que tanto secreto y protección era porque Pablo y su familia eran vampiros, hombres lobos o magos, como en todos esos libros que he leído? "No seas idiota", me dije. Qué estupidez; quería saber qué pasaba con ese chico inmediatamente.

Pablo colocó su brazo como si abrazara a su hermana, y se fueron hacia la puerta. Que familia tan rara… Demasiado amor para mi gusto; mejor dicho, demasiada sobreprotección. Eso estaba convirtiendo mi miedo/enojo a un dolor de cabeza, por lo que me entré a la casa.

¡Cuán desesperante era hacer las tareas y no terminarlas! Además, mi tía (habíamos desistido con la prueba de confianza; ella sería mi tía y punto) me había pedido de favor que lavara los platos. Y para empeorarlo todo, seguía dándole vueltas al asunto de Pablo. ¿Qué era eso que lo ponía tan bipolar como una chica en plena adolescencia? Había dos opciones: o sí era tan bipolar como una chica, o andaba en drogas. De todas formas estaba segura que no era nada de eso, por lo que decidí preguntarle a mi tía.

-El colegio es muy bueno, ¿sabes? –ya había comenzado a lavar los platos mientras ella se encargaba de ordenar el resto de la cocina y preparar la cena-. Todos los chicos son muy buenas personas.

Los árboles se movían lentamente afuera. Era una tarde tranquila, a decir verdad.

-Me alegro mucho, Regina –sonrió mi tía-. Sabía que no te sería difícil iniciar nuevas amistades aquí.
-No tan difícil, querrás decir.
-¿Cómo es eso? ¿Hay alguien complicado de entender en tu clase?
-Eso mismo –continué-. Es difícil iniciar conversación con el vecino, Pablo. ¿Has notado que casi siempre está triste y tiene una mirada cansada?
-Ah, Pablo. Claro.

Lo dijo como si eso fuera excusa suficiente. No entendía nada.

-¿Qué pasa con él? –le pregunté. Mi tía dejó la masa a un lado y me miró a la cara, seriamente.
-Él… -empezó-. Él está teniendo problemas, Regina. Muchos problemas familiares.
-¿Sus padres se están divorciando, o algo así? –continué. Mi tía había hablado de forma muy seria, por lo que de verdad me interesé.
-Peor que eso. Su hermana… Isabela está enferma.
-¿Y por eso se preocupa? Se le pasará con unas pastillas y reposo… Creí que dijiste que era algo peor. ¿De verdad crees que enfermarte es peor que tener a tus padres divorciándose? –había dicho esto de una forma muy rápida. Mi tía tardó unos minutos en responder, y luego volvió a mirarme y siguió:
-No está enferma de gripe o fiebre, Regina. Tiene linfoma.
-¿Linfo…? -¿dónde había escuchado esa palabra? Oí sobre ella en un documental, pero el documental trataba de…

Me quedé paralizada. Isabela tenía cáncer linfático[1]. No podía ser real.

-Deja de bromear, tía, eso no es cierto. Isabela tiene ochos o apenas nueves años. ¿Cómo puede ser que…? –se me quebró la voz.
-Nueve –dijo-. Nueve años. Y sé que es difícil creer que una niña de esa edad que se ve tan sana y feliz como ella pueda estar así de enferma. ¿Ahora comprendes cómo se siente Pablo?

Lo comprendía a la perfección. El solo imaginarme a mi hermanita Sofía con cáncer me daba náuseas.

-No puedo creerlo –comenté cuando recuperé el aliento-. ¿Hace cuánto se lo detectaron?
-Hace seis meses. Está respondiendo bien al tratamiento y, cómo ves, no ha necesitado mucha quimioterapia, por lo que la pérdida de cabello ha sido mínima. Aunque los dotores no pueden asegurar que siempre será así y que responderá al tratamiento todo el tiempo –paró un segundo-. No sé si entiendes… ni yo entiendo muy bien de lo que hablo, pero es la manera más sencilla de explicarte.
-Gracias… -ya no podía hablar. La familia que antes había considerada rara merecía otro adjetivo. Fuerte. Valiente. Y más esa “niña” de nueve años que tanto había juzgado. ¿Cómo podía lograr sentirme cada día más y más patética y mala persona?

Terminé de lavar los platos en silencio, y después de un momento mi tía agregó:

-La pequeña Isabela ya no será sólo una niña para tus ojos, ¿no?
-Me has leído el pensamiento –admití-. Ahora también entiendo muy bien a Pablo. Se debe sentir muy mal al no poder ayudar a su hermana.
-Pero claro que la puede ayudar. A decir verdad, todos podemos. La salud mental es muy importante para una persona enferma. Aun para una persona no enferma es necesario sentir el apoyo de su familia y amigos para sentirse bien.

Todo eso era muy cierto. Y tal vez era lo que me hacía falta a mí… Poco a poco me daba cuenta que no tenía amigos reales en la ciudad, aunque no lo quisiera admitir completamente. Además, yo misma me había alejado de mi familia, sintiendo que no me apoyaban cuando, tal vez, solo tal vez, no era de verdad.


[1] Los linfomas son cánceres que se desarrollan a partir del sistema linfático, el cual forma parte del sistema inmunológico. Un linfoma puede desarrollarse en cualquiera de estos órganos. Los linfomas pueden dividirse en Linfoma de Hodgkin y Linfoma no Hodgkin. El Linfoma no Hodgkin es más frecuente en los niños. Con frecuencia se desarrolla en el intestino delgado o en el mediastino (espacio entre los dos pulmones), aunque también puede aparecer en el hígado, bazo, sistema nervioso, médula ósea y ganglios linfáticos.



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Cuarto capítulo... menos mal lo logré terminar de escriibir antes de lo que acaba de pasar hace pocoo ¬¬ una persona que conozco ofendió mi alma de escritora. Es más que obvio que yo no soy una escritora profesional, es más que obvio que no me voy a hacer la gran chava super famosa por esto, y es más que obvio que esto solo lo hago por DIVERSIÓN. Pero intento que no me afecte, pues no puedo hacer que todo mundo ame lo que hago o no se burlen de mí... Pero ya ni ganas tengo de escribir el otro capítulo ): imagino que se me pasará iguaal!! no voy a dejar que algo así me arruine por completo ^^ hahaha :D
Les gustó el capítulo? Fui algo cruel con Isabela, verdad? Lo siento, es parte importante de toda la historia!! Si alguien conoce sobre linfomas u otro tipo de cáncer, o tiene familiares o conocidos enfermos (si es así, ojala se curen prontoo :D se los deseooo de todisisisisisisimo corazon!), cuentenme lo que sepan. Yo no sé casi nada, pero estoy investigando lo más que pueda. Me gustaría tener testimonioos de gente que en este momento tiene cáncer, linfoma en especial, obviamente. Gracias :D

Hoy les recomiendo nuevos blogs; busquen la lista en los gadgets de la derecha! Están muy buenos! Tengo que admitir que hay dos en especial que me encantan: Cuento sin hadas y El sacrificio de mi felicidad. Llevo muy poco leído de ambos, la verdad! Pero ya me engancharoooon!! Primero terminaré Cuento sin hadas y luego el otro.Y gracias por sus comentarios y consejos. Es muy probable que publique el quinto capítulo mañana. Tchau!

19 de diciembre de 2009

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CAPÍTULO TRES. Arena Blanca.

-¡Buena suerte hoy, Regina! –gritó mi tía (seguía sin llamarla solo por su nombre) desde la puerta de entrada. Todos en el autobús la escucharon, sin duda.
-Sí, gracias… -intenté responder lo más bajo que pude.

El autobús era amarillo y grande, como todo bus de colegio. Ya todos estaban subidos en él, pues mi casa era la última parada. Entré completamente y todos se me quedaron viendo. Supuse que sería así, pues en un pueblo es raro si hay nuevos estudiantes. Lo promedio es uno por grado o nada, según me dijo mi tía. Ignoré las miradas y me senté en el segundo asiento, que estaba vacío. Estaba a punto de preguntar al chofer por qué no arrancaba cuando me fijé que mi amada vecinita estaba saliendo de su casa. Llevaba una diadema color rosado intenso con una gran flor en ella. No combinaba nada con el uniforme. Todos saben que una blusa blanca con corbata azul acompañada de una falda cuadriculada azul con negro no va con ese rosado tan fuerte que tenía en su diadema. Además llevaba el suéter y el chaleco gris, unos guantes y una bufanda. Por favor, ni que tanto frío estuviera haciendo. Yo apenas llevaba mi suéter y mi falda la había subido tanto que una monja se desmayaría al verla. Pero mis calcetas iban altas, así que eso lo proporcionaba.

Detrás de Isabela venía alguien más. No me equivoqué cuando dije que tenía un hermano mayor. Era parecido a ella. Calculé que tenía más o menos mi edad, medía como 1.75 y su pelo era negro, liso y ligeramente despeinado. Era muy blanco como Isabela, pero sus ojos no eran negros, sino de un bello azul oscuro. Podría hacer anuncios sobre cirugías de nariz, no en el “antes” sino en el “después” de una cirugía, pues su nariz era perfecta. Aunque delgado, supuse que hacía ejercicio. El traía encima de su chaleco un saco gris oscuro, distinción que usaban los chicos a partir de tercer curso en ese colegio, según también me dijo mi tía. Era muy guapo. Y cuando una integrante del Grupo X (no por haberme mudado había dejado de pertenecer) califica a un chico como guapo, es porque lo es en verdad.

-Estás sentada en mi asiento –dijo una voz que me sacó de mi trance.
-¿Disculpa? –Volteé a ver quién era, y no me sorprendió ver a la niña más atrevida del universo entero-. Ah, hola, Isabela.
-¡Vamos! ¡Muévete! –me presionó.
-Hey, cálmate. ¿Qué no te puedes sentar en otro asiento?
-¡No! Ese es mi asiento.
-De acuerdo, ¿y dónde quieres que me siente yo? –le pregunté.
-No lo sé, ¡pero ese es mi lugar!
-Basta, Isa –dijo una voz ronca y cansada por detrás.
-Pablo, no es justo, que se quite de mi sitio –le lloriqueó Isabela a su hermano.
-Este lugar no es de nadie –luego me miró y me sonrió, pero no sentí que esa alegría le llegara al resto del rostro-. Hola, soy Pablo. Disculpa a mi hermana. Vamos, Isi, ven conmigo.
-Eh… -comencé a decir yo-. Soy Regina. Y lo siento, Isabela, prometo que mañana no ocuparé tu lugar –le dije algo apenada. Pablo dijo un pequeño adiós (¿qué le pasaría que se miraba tan triste y decaído?) e Isabela se despidió a regañadientes de mí. El resto del viaje fue tranquilo. Me di cuenta que no solo Pablo era guapo. Cuatro o cinco chicos más del autobús eran apuestos. Tal vez no como él, a excepción de uno. Pero los otros iban muy por arriba de entrar en la categoría de feos. Así pasaron los quince minutos de recorrido y llegamos al colegio.

Un gran portón verde se abrió para dejar entrar al bus escolar. Vi dos edificios, seguramente primaria y secundaria, de unos tres pisos cada uno. Pensé que había sido muy tonta al negarme hacer una visita antes del primer día. Quedaría como una completa ridícula si me perdía. Me bajé del autobús y no me fijé en nada más que no fuera los estudiantes para seguir a los chicos grandes al edificio adecuado. Siguiéndolos llegué al edificio de la derecha. De acuerdo, ahora estaba en el lugar correcto, ¿pero cuál era tercer curso y la sección que me había tocado? Pensé en ir a la recepción para preguntar, pero después vi a Pablo y su grupo de amigos que también parecían de mi edad. Los seguí y entraron a una clase que decía Tercer Curso. No tenía sección. ¿Será que había tan pocos estudiantes que una clase bastaba para el grado entero? Mi nombre estaba en la lista de nombres de la puerta, así que entré ya más aliviada. Ahora debía escoger asiento. Recé para que no hubiera una Isabela tamaño mío que llegara a decirme que me moviera. Me senté a solas en un lugar que parecía aislado del resto, y después oí una voz que se dirigía a mí.

-¡Hola! –Se escuchó con entusiasmo. Volteé a ver y una chica morena, de pelo y ojos negros y que era más pequeña que yo, tal vez unos ocho o diez centímetros menos, me sonrió. Tenía una sonrisa impactante.
-Hola –dije yo con menos entusiasmo.
-Me llamo Beatriz; todos me llaman Bea. Te vi aquí sola y pensé que querrías algo de compañía.
-Yo soy Regina. Algunos me llaman Regis, Regs o Reggie… no importa, dime como quieras.
-Regs me gusta –intervino una voz a mis espaldas. Una chica más pequeña todavía, que seguro no superaba los 1.60, me miraba. Su pelo era rizado y rubio. Sus ojos eran una mezcla de verde y gris y destellaban brillo y picardía-. Hola, mi nombre es Marcela.

¿Qué estaba pasando? ¿Por qué dos chicas de la nada se acercaban a hablarme? Eso era algo que mi grupo en la ciudad nunca haría.

-Bien –fue lo único que se ocurrió decir.
-Deberías bajarte la falda –dijo Beatriz-. Debe estar a la altura de la rodilla. Un poquito más arriba es el límite, pero no quince centímetros.
-Oh, lo siento –fingí y luego puse mis ojos en blanco. Así que no eran dos chicas, sino dos monjas que venían a sermonearme de cómo vestirme bien-. Tú deberías hacerte un mejor maquillaje, así no se te verían esas manchas que tienes en la cara –me defendí. Pero Bea solo se rió.
-Hey, tranquila. No es para tanto, solo lo decía porque los profesores te regañarán si te ven así.
-Pues que se acostumbren –dije retadora.
-De acuerdo, tenemos una chica rebelde en la clase –comentó Marcela.
-¿Dónde vivías antes, Regina? –preguntó Bea antes que pudiera intervenir en lo que Marcela dijo.
-En Guatemala; la ciudad, quiero decir.
-¿Y por qué te mudaste? –continuó.
-Mi madre creyó que sería mejor para mí porque… ella piensa igual que Marcela. Dice que soy una rebelde –las chicas comenzaron a reírse.
-¿Estarás aquí todo el año o solo un mes? –interrogó Marcela.
-El año entero… -y volví a mi pesimismo y depresión. En un año podían pasar tantas cosas. Daniel podría encontrar a alguien más, por ejemplo. Marcela y Bea quizás notaron lo difícil que sería esto para mí, por lo que Bea dijo:
-Vamos, tranquila. Ya verás cómo se pasará de rápido. Además te divertirás mucho con nosotras.

El día comenzó con el saludo de mi maestra encargada, la Sra. Martínez. Tenía como cuarenta años, quizás cincuenta. Era baja y algo gorda. Tenía algunas canas mal disimuladas con un tinte que no era de su color natural. Pero era simpática. Hasta que me dijo que pasara a presentarme. Quería asesinarla. Me paré enfrente de esos treinta chicos que me miraban fijamente. Hice mi presentación y luego la señora Martínez me llamó la atención acerca de mi falda. Le dije que era una suerte que yo llevara a todas partes hilo y aguja, así que lo arreglaría al instante. La pobre señora no captó mi sarcasmo, y creo que nadie lo hizo a excepción de dos o tres en el salón. Pablo, el hermano de Isabela, lo entendió y se rió un poco.

La mañana se fue alargando. Mi horario contaba con tres períodos de clase, un período libre y luego recreo. Más tarde cuatro períodos de clase y sería la hora del almuerzo. Y después del almuerzo, un período más y el día terminaba. Yo solo esperaba a que llegaran los descansos.

En el recreo Marcela y Bea me preguntaron si las quería acompañar. Les dije que sí, pues no tenía nadie más con quien estar. Salimos a las canchas techadas pero sin paredes. La cafetería estaba a la par. Me contaron que todos se sentaban en las canchas a comer, cuando antes eso estaba prohibido. Pero los profesores se cansaron de castigar lo que los estudiantes preferían y luego se los permitieron. Marcela y Bea se dirigieron a un grupo de dos chicos y una chica de nuestro grado. Uno de los chicos era bajo y delgado. Tenía una cara bonita, con sus ojos café claro y una naricita de bebé. Pero como dicen, las apariencias engañan. Jamás conocí a alguien tan divertido e hiperactivo como él. El otro chico era de mi tamaño, 1.69. Tenía piel bronceada y su pelo café estaba despeinado. A él lo reconocí como uno de mi lista de chicos guapo. La chica era de estatura mediana y su cabello era corto y rubio sucio. Unos ojos café con gris, o algo así. Se llamaban Mariano, Rodrigo y Mari, respectivamente. Nos presentamos y me hicieron sentir incluida, sin preguntas incómodas o algo por el estilo.

Estábamos hablando acerca de las clonaciones, tema que salió de la nada cuando conversábamos sobre qué hicimos en las vacaciones, cuando me dispuse a ver alrededor del grupo. Reconocí algunas caras del autobús y otras de mi clase. En ese momento solo secundaria tenía recreo. Primaria lo había tenido anteriormente. Vi a Pablo, que estaba sentado con tres chicos y dos chicas. Seguía teniendo una mirada triste y vacía, viendo hacia ningún punto en especial, sumido en sus pensamientos. Sus amigos conversaban con energía, pero aunque él no participara en la plática, no lo mantenían apartado, como quizás hubiera hecho mi… el Grupo X. “Por favor”, me dije, “ellos son mis verdaderos amigos”. Sonó la campana y todos comenzamos a levantarnos. Volvía fijarme en Pablo y su grupo de amigos, y vi como uno de los chicos le pasaba un brazo por encima del hombro. ¿Qué estaba pasando?

El día pasó muy rápido y llegó el último período. Para esa hora ya casi conocía a todos los chicos de mi clase. Llegó la hora de arreglar las cosas para irse a casa, y no podía estar más de acuerdo en realizar esta acción. Guardé mis libros en mi casillero y recogí mis lapiceros. Los guardé en mi estuche turquesa y las tareas las metí en mi bolsón. En mi colegio anterior casi nunca realizaba mis tareas. Las copiaba o le pedía a los nerds de la clase que me las realizaran. Ellos aceptaban gustosos, pues les halagaba que alguien del Grupo X se acercara a “hablarles”. En cambio, en este lugar todo era diferente. No porque no hubieran nerds, sino porque yo no quería que alguien más realizara mis tareas. Tal vez era ridículo, pero quería demostrarles a estas personas que yo podía hacer las cosas bien. ¿O era a mí misma a quien quería demostrar eso?

Subí al autobús y de nuevo me sentí perdida. Isabela volvería a pedirme que me moviera de “su lugar”, ¿pero dónde rayos me sentaría yo? Respiré aliviada cuando vi que Mariano y Rodrigo venían platicando atrás.

-Hola, Regs –saludó Mariano. Bea ya les había pasado el chisme de que me llamaran así.
-Hola, chicos. Mm… ¿les molesta si me siento con ustedes?
-Para nada –contestó Rodrigo, sonriéndome. Estos chicos eran increíbles.
Nos sentamos y ellos siguieron con la pequeña conversación que llevaban. Luego me comenzaron a interrogar sobre quién era yo y esas cosas.
-¿Vienes de la ciudad, entonces, no? ¿Difícil mudarte a una hora y media más lejos de todo lo que conoces? –comenzó Mariano.
-Sí a tus dos preguntas –respondí-. Es muy difícil, más si no conoces a nadie. Pasé un mes entero encerrada en la casa de mi tía.
-¡Vaya! Si lo hubiéramos sabido, te habríamos dado la bienvenida –dijo con sinceridad Rodrigo.
-No se preocupen. He sido una completa ermitaña estos días.
-Es de suponerse no querer ver a nadie si estás pasando por algo así –dijo con voz seria Mariano.
-Ya va Mariano… Se las lleva de psicólogo, no le hagas caso, Regina.
-¿Quieres ser psicólogo cuando seas grande o algo así? –le pregunté a Mariano.
-No en realidad. La verdad estoy inseguro sobre qué estudiaré en la universidad. Tal vez sí termine en Psicología.
-O en el psiquiatra –bromeó Rodrigo. Reímos y luego me preguntaron que me gustaría estudiar a mí.
-No tengo idea. A mi madre le gustaría que estudie Ingeniería.
-Debes ser muy inteligente si te propone que estudies eso –apuntó Rodrigo.
-Lo sé. Y no es por presumir, pero lo soy. El problema es que no tengo motivaciones y el colegio nunca ha sido una prioridad para mí.
-¿Y tu padre? ¿Qué quiere él que estudies?
-Pienso que apoyaría a mi madre… Él falleció hace dos años –les conté.
-Oh –dijo un tenso Rodrigo, quien fue quien hizo la pregunta-, lo siento.
-Yo también –intervino Mariano.
-Vamos, no se preocupen. Entonces, Rodrigo, ¿tú qué estudiarás? Noté que hoy pasaste todo el día defendiendo a los débiles –dije bromeando-. ¿Quieres ser abogado?
-Acertaste –contestó ya más relajado-. Derecho. Quiero ser un abogado que sí cumpla con la justicia.
-¡Eso es genial! –exclamé-. Al menos ya estás seguro de lo que seguirás.
-Sí… Mis padres no están muy de acuerdo, pero después de todo es mi decisión, no la de ellos.
-Hey, Regina –me habló Mariano-. ¿Por qué te mudaste?
Esa era la pregunta que estaba esperando que no hicieran. Pero ahora tenía que responder.
-Mm… Problemas en casa –fue lo primero que dije-. En mi antiguo hogar tenía un grupo de amigos algo privilegiado y fiestero. Mi madre cree que soy una rebelde y que necesito componerme. No sé por qué pensó que lo haría aquí.
-Tal vez porque pensó que aquí no eres nadie, sin ofender –opinó Rodrigo. Y se sintió como si no hubiera querido ofender.

“Pensó que aquí no eres nadie”. Que frase tan cierta. Aquí no era absolutamente nadie para mandar o presumir, aquí tuve suerte que me aceptara un buen grupo de chicos, aquí volvería a comenzar lo que comencé hace años para entrar al reinado del Grupo X. Pero es que no quería volver a hacerlo. Bueno, una parte de mí no quería, porque la otra parte rogaba regresar a mi vida pasada, o rehacerla en este lugar.

-Sí, creo que tienes razón –admití.
-Rodrigo idiota –dijo Mariano y le dio un manotazo-. Eres alguien para nosotros, Regina.
-Gracias, Mariano. Pero no me ofende lo que dijo Rodrigo porque, ahora que lo pienso, tal vez esté de acuerdo con él.
-No lo hice con intención de ofender tampoco –comentó Rodrigo mirando enojado a Mariano. Luego cambió de su cara de dolor y enojo a una de curiosidad-. ¿A qué te refieres con “grupo de amigos algo privilegiado”? ¿Al dinero?
-Sí, pero no solo a eso –le conté-. Somos… era de los populares, de los que todos desean pertenecer algún día. Frívolos, presumidos, vanidosos… Los que consiguen todo lo que quieren. Los que tienen abiertas las puertas de todos los lugares de moda, los que tienen cientos de fiestas los fines de semana y, a veces, entre semana. Los que tienen miles de chicos o chicas babeando por ellos, y miles de ex novios o ex conectes o ex agarres, también –al decir esto me sentí algo avergonzada. No era muy halagador al describir que perteneces a un grupo de gente así…
-Ah, ya veo –dijo Rodrigo, asintiendo. Luego me miró y preguntó-: ¿cuántos novios has tenido tú? –Recapacitó sobre lo que dijo y agregó rápidamente-: no me contestes, fue una pregunta estúpida.

Y preferí no contestar, porque no consideraba a ninguno de los chicos de mi pasado como novios. Tuve dos, pero no eran novios de verdad, solo me querían para besarme. Y, aparte, unos siete u ocho ex conectes, y unos cinco chicos con los que me besé sin compromiso. Al pensar esto, me sentí como una zorra.

Rodrigo vio que me había incomodado, y miró a Mariano para que dijera algo más.
-Así que fiestas y lugares de moda… -empezó él-. ¿Cuántos eran en tu grupo?
-Estaban Natalia, Gaby, Jimena y Marisa; Santiago, Diego, Daniel y Mario. También Carlos, pero él no era uno de los nuestros, exactamente.
-Son muchos para ser un grupo privilegiado –comentó Mariano de nuevo.
-Lo sé, pero es difícil no llevarnos bien.
-¿Y vendrán a visitarte algún día? –preguntó Rodrigo.
-Pues… sí, tal vez sí –mentí. No me imaginaba a mis amigos viniendo tan lejos solo para verme. Llegamos a la primera parada de regreso, mi casa. Era lo mejor se la primera y última parada de manera conveniente-. Bueno, chicos, la pasé muy bien con ustedes durante el regreso. Gracias por… por aceptarme –dije. Yo jamás lo hubiera hecho, y estaba agradecida de que alguien lo hacía conmigo.
-Ni te molestes –sonrió Mariano.
-Hasta mañana, Regs –se despidió Rodrigo.

Y me bajé del bus, con Isabela delante de mí y Pablo más atrás. Cuando el autobús se fue, yo iba directo a mi casa. Pero de pronto Isabela comenzó a hablarme, ya más alegre que en la mañana, tal vez porque no le estaba quitando su lugar.

-¿Te gusto tu primer día en el colegio, Regina?
-Fue mejor de lo que imaginé –admití.
-¡Me alegro! –sí parecía alegrarse-. Nos vemos mañana, entonces.
-Claro –le sonreí-. Adiós –y me despedí de ella y Pablo moviendo la mano. Menos mal el día fue mejor de lo que imaginé, porque debía empezar a acostumbrarme a esto.



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Aquí está el tercer capítulo! No creo que publique el cuarto mañana, quizás hasta el lunes o martes!

Busquen a la derecha una pequeña lista de blogs que recomiendo... están muy buenos! Tres son historias bastante cool; hay otros tres que no son historias: Icon Version está BUENÍSIMO. Dos chicas "resumen" películas con diálogos chistosísimos y caritas como ¬¬ y ^^. Si les gusta twilight aprovechen porque ahorita ya completaron ese y luna nueva! Recetas para la felicidad es el otro blog que no es historia. Está simplemente hermoso!! Tiene solo una entrada, pero ya me hice seguidora. Te llena de optimismo! Si estás deprimida no dudes en ir a ese blog. El cáncer es una enfermedad... no el fin del mundo es el tercer blog. Les tengo que decir que está muy bueno. Tiene información, consejos, noticias y motivaciones para las personas que tienen cáncer. Se los recomiendo demasiado, pueden ir ahí e informarse de miles de cosas que probablemente no saben, o simplemente recomendárselo a alguien que tiene esta enfermedad y se de cuenta que puede recuperarse.

18 de diciembre de 2009

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CAPÍTULO DOS. Tía Ana, el cuaderno y el fin de las vacaciones.

-Aún sigo sin creer que me dejarás abandonada con tía Ana en este sucio lugar por todo un año –dije enojada por undécima vez.
-No te dejaré abandonada. Nos mantendremos en contacto. Además, te lo advertí, Regina –y por undécima vez, la respuesta de mi madre-. Y este no es un sucio lugar. Solo está un poco alejado de la ciudad, pero de ahí ni sentirás la diferencia. A tu padre le encantaba venir aquí. La casa es muy bonita, y Ana dijo que había arreglado el cuarto de visitas lo mejor posible para que te sintieras cómoda.

“Muy amable de su parte”, pensé. Salí del carro y vi la casa que tenía en frente. Era grande, roja y blanca, hecha de madera, como un granero. La verdad es que era bonita, pero había un problema. Era una casa de granja, pero sin animales. Tenía una cerca alrededor. Parecía aislada del resto de las casas del lugar. A excepción de otra muy parecida, que a comparación con las otras residencias, la distancia que nos separaba era corta. Había un perro cerca la puerta de la casa. Mordía un hueso y parecía disfrutarlo. Me alejé de ese espantoso panorama de lo que sería mi hogar por todo un año y empecé a sacar mis maletas, cuando mi hermana comenzó a llorar. De nuevo. Ella no quería separarse de mí, y había pasado la mayor parte del tiempo rogando a mi madre que no me alejaran. Ni que fuéramos mejores amigas o algo así.

-Basta, Sofi, no llores. Regis no se va a quedar aquí para siempre. La trajimos por su bien, ya te lo expliqué. –dijo mamá cuando ya estaba frente a la puerta. Ahuyentó al perro y tocó el timbre.
-No, Sofía. Es imposible que por el bien de alguien envíen a esa persona a un lugar desierto –dije yo.
-No es ningún lugar desierto –oí a mi madre decir.
-¿Ves algún edificio, algún cine, algún supermercado? Es más, ¿ves a alguien por aquí? Porque yo no. Y estoy segura que Sofía tampoco.
-Pues entonces este lugar desierto te hará demasiado bien. Tu irrespeto ha superado el límite, y no puedo permitir que sigas siendo tan rebelde. Y aquí sí hay personas, Regina. Pero seguro tu egolatría no te permite ver más allá de tu espejo de mano –eso fue duro. No me lo esperaba para nada.
-¡Cecilia! ¡No las esperaba tan pronto! –gritó mi tía Ana cuando al fin abrió y se encontró con mamá. Ella es de mediana estatura y un poco bronceada. Llevaba un vestido rosa con florcitas celestes y verdes, y un delantal blanco. Tenía su cabello negro y rizado sujetado con una cola.
-¡Hola, Ana! –mucha alegría para un saludo entre cuñadas, ¿no?-. No sabíamos que te daríamos una sorpresa. Salimos a la hora que te dije.
-Está bien, está bien. Ahora pasen, pasen –mi tía tiene cierta tendencia a repetir dos veces las palabras-. ¿Y dónde está Reginita? -¿”Reginita”? ¡Por favor!
-Aquí estoy, tía An… -y no pude seguir porque un gran abrazo suyo me sepultó hasta hacerme callar.
-Oh, querida. Verás que te la pasarás muy bien. ¡Un poquito de estudio, un poquito de trabajo, montones de amigos!
-¿Amigos? ¿Dónde? –no pude detenerme, y mi comentario me costó un codazo de mi mamá.
-Por todas partes, y de la mejor clase –dijo. Obviamente no percibió mi sarcasmo. Gente ingenua de granja… aunque eso incluyera a mi propia familia.

Entramos a la casa luego de esta larga y un poco odiosa conversación. Olía a pan y hacía un poco de calor dentro.

Lo primero que se notaba al entrar, además del aroma y la temperatura, era una escalera de madera que se encontraba enfrente de la puerta principal. El piso (y casi todo en la casa) también era de este material, y me imaginé el sonido que producirían mis tacones si corría encima de él. Al lado derecho de la escalera había una salita, con tres sillones color ocre con muchos cojines encima, de un color azul oscuro. La mesa de centro no tenía nada especial. Había un gran mueble adornado y tenía en una de sus repisas una radio (¡que alivio!); cerca estaba una gran lámpara. También una mesita con algunos libros encima estaba ahí. Luego, al lado izquierdo de la escalera, estaba una cocina con paredes color azul, cortinas blancas y un comedor con 4 sillas. Una gran ventana iluminaba esa área de la casa. Nos dirigimos hacia ella, según las indicaciones de la tía. Dijo que nos había preparado sopa de pato. No quise ni imaginarme que el pato provenía de uno de esos corrales de allá afuera. Mamá y Sofía disfrutaron mucho de la sopa. Claro, como no tendrían que comerla todos los días a partir de este, no había nada de qué quejarse.

Luego de mi tía nos mostró el resto de la casa, o sea, el piso de arriba. Ya habíamos estado ahí años antes, por supuesto, pero pensaba que esto era algo así como ir a ver una casa modelo que se estaba a punto de comprar. Al subir la escalera de doce peldaños, habían cuatro cuartos. Uno enfrente, uno a la izquierda y dos a la derecha. El de enfrente era de mi tía, grande y fresco. Una cama de matrimonio enorme era el centro de aquel dormitorio. Tenía un edredón verde musgo. A ambos lados de ella había dos mesitas de noche con dos lamparitas amarillas. Un gran armario con un televisor era lo que había frente a ellas, y una ventana detrás de la cama. El cuarto de la izquierda era el que sería mío desde entonces. No tan grande, no tan fresco. Una cama tamaño medio con una sábana amarilla estaba al lado derecho. Al otro lado había una ventana con cortinas verdes, y una mesita de noche con una lamparita no tan bonita como las que adornaban el cuarto de mi tía estaba en el centro. El clóset, y nada más. No había rastro de tecnología, ni siquiera un teléfono, como en mi cuarto de la ciudad, que además de teléfono tenía televisión, computadora y aparatos de música.

Los otros cuartos resultaron ser un baño y, el otro, no ser un cuarto, sino una puerta que daba a otras escaleras, esta de cinco peldaños, que llevaban al ático. El baño era blanco (casi amarillo de la antigüedad), sin nada especial, y, para continuar con los horrores, lo tendría que compartir con mi tía. El ático estaba lleno de cosas más viejas aún que el baño, guardadas en muchísimas cajas. Terminamos de ver la casa y bajamos a la sala.

-Entonces, Regis –“Regina”, pensé para mis adentros. No “Regis” ni nada de eso para mi tía cómplice de esta tortura-. ¿Qué dices? ¿Te gustó?
-Sí, creo que sí –en realidad, no, pero debía ser cortés por el bien de mis costillas, que no querían recibir más codazos.
-¡Qué bien! –dijo emocionada.
-Ana, en verdad te lo agradezco muchísimo. Si necesitas algo no dudes en llamarme y, bueno, mucha suerte –dijo mamá.
-¿Ya nos vamos? ¿Tan pronto? –preguntó Sofía, y comenzó a llorar.
-Sí, Sofi. Pero regresaremos pronto, ¿está bien?
-No te preocupes, mamá. Resistiré –dije fríamente.
-No lo dudo –suspiró mi madre luego de mirarme un momento-. Cuídate, Regina.
Nos dimos un abrazo y lo típico de las despedidas. No esperé que salieran por la puerta, sino que subí inmediatamente a mi nueva habitación.



La cama era muy cómoda. Estaba acostada en ella mirando hacia el techo, que estaba muy limpio. Me puse a pensar. Tal vez, sólo tal vez, sí podría sobrevivir tanto tiempo viviendo en la granja. Es cierto que no me divertiría, y que no tendría amigos, y tal vez las tardes serían muy solitarias. Pero aún así, sí podría beneficiarme…

Definitivamente me había vuelto loca. ¿Cómo podría beneficiarme estando alejada de todo lo que quiero durante un año entero? Era imposible.

Decidí levantarme de la cama y comencé a desempacar.

Era increíble cómo hace tan solo una semana me encontraba en el centro comercial con mi grupo de amigos. Noviembre había terminado y el colegio estaba cada vez más cerca. Por supuesto no asistiría al de siempre, en la ciudad. Iría a uno de por aquí, según me dijo mi madre. Mis amigos estaban impactados con todo lo que estaba pasando. De un día para otro todo cambió, y solo tuve pocos días para despedirme. Aunque no fue una despedida como lo planeé, ya que parte del castigo era no salir a ninguna parte en los días anteriores a mi mudanza. Recuerdo mi preocupación sobre qué empacar, pero tras analizar que estaría todo un año lejos, lo mejor sería llevarme todo. Y todo era muchísimo. Mi madre insistió en que no era necesario llevar tacones o veinte bolsos, pero para mí era indispensable. No porque me mudaba iba a parecer una granjera cualquiera. Todo estaba resultando muy difícil, pero no iba a mostrar debilidad.

Luego de unas tres horas de desempacar (tenía que organizar muy bien mis distintos accesorios y prendas), comencé a preguntarme dónde se habría metido mi tía Ana. La casa no era como la recordaba. La última vez que había estado ahí tenía como cinco años. Tía Ana se encargaba de ir a visitarnos, y decía que no le molestaba que nosotros no hiciéramos lo mismo. Entre los cambios estabas los muebles, que habían sido cambiados de lugar, y las paredes pintadas. De seguro para que mi tía pudiera olvidar a mi tío Luis. Ella y él se divorciaron hace siete años. Tenían “muchos problemas”. Y dicen que los niños dan malas excusas para sus actos, ¿verdad?

Llegué al primer piso de la casa, buscando a mi tía.
-Tía Ana… Tu sobrina está aquí, ¿recuerdas?
-Por supuesto, querida –se oyó desde la cocina-. Pero pensé que querrías tener un tiempo a solas. ¿Y por qué no dejamos lo de “tía” y “sobrina” a un lado? Yo seré Ana y tú serás Regina. ¿No crees que sería mejor así?
-Supongo… -respondí.
-¿Qué quieres para cenar? Podemos salir a un pequeño restaurante cercano o, si prefieres, preparo algo.
Apenas habíamos almorzado y “Ana” ya estaba pensando qué íbamos a cenar.
-¿Sabes, ti… Ana? Creo que saldré a respirar un poco de aire antes.
-De acuerdo, como quieras.

Estar afuera era tan bonito como estar adentro. O sea, para nada bonito. Seguro entenderán mi lenguaje irónico y sarcástico, ¿verdad? Caminé un rato alrededor de la casa. Los animales estaban muy bien encerrados, así que no había que temer. Solo el perro, que hasta ese momento me di cuenta que era un Golden retriever (típico de las solteronas), andaba suelto por ahí. Pero como la casa estaba cercada no había nada que temer.

-Hola, pequeño. ¿Cómo te llamas?
-JellyYogurt –oí que alguien dijo. Casi me da un infarto, pues por un momento pensé que había sido el mismo perro. Volteé hacia la dirección donde provenía la voz. Una niñita de unos ocho o nueve años me observaba al otro lado de la cerca. Calculé que medía como 1.40. Su pelo era castaño oscuro, casi llegando a negro. Era liso y largo. Ella era muy pálida y tenía unos ojos negros que brillaban aun viéndolos desde lejos.
-¿Y tú eres? –no pude evitar responder. Puedo soportar un poco a los perros, pero jamás he entendido a los niños. Son como moscas molestas para mí.
-Mi nombre es Isabela. Casi todos me llaman Isa, pero mi hermano me dice…
-Escucha, linda, no quisiera interrumpir pero me conformo con saber que te llamas Isabela. ¿Este perro es tuyo?
-No. Es de Ana, mi vecina. Tú debes de ser su sobrina, ella me ha hablado de ti. Te llamas Regina, ¿verdad?
Asentí.
-Pues bienvenida al mejor lugar en el planeta tierra, Regina.

Esta niña estaba cansándome con su optimismo. Me levanté, dejando a “JellyYogurt” libre y, sin decirle nada más a Isabela, me entré a la casa.

Qué fastidio. Estar adentro era insoportable, y ahora no podía estar con el perro por esa odiosa niña que tenía por vecina. Un año aquí iba a ser peor de lo que imaginé.

-Tía –se me olvidó el acuerdo de confianza al que habíamos llegado-. ¿Tu perro se llama “JellyYogurt”?

Mi tía seguí en la cocina. Ordenando y haciendo cosas de cocina, me imaginé. Como quedaba tan cerca de la sala, pude pasearme por los muebles y todavía seguir escuchándola.

-¿Jelly…? Ah. Sí, sí. La pequeña Isabela lo bautizó con ese nombre cuando lo traje hace dos años.
-¿Cómo se le ocurrió llamarlo así?
-No tengo idea. De seguro lo escuchó en un comercial de televisión. Yo le digo J.Y. –le tomó un minuto continuar con la conversación-. Parece que ya conoces a Isabela, pues no preguntaste quién es.
-Créeme, aun si no la hubiera conocido no te hubiera preguntado quién es. Detesto a los niños –murmuré.
-Claro –fue lo último que dijo mi tía. Al parecer ya no quería hablar. Aproveché esos momentos de silencio para inspeccionar los libros que ya había visto en una mesita. Ni me molesté en leer la descripción. Eran puros libros de ancianos.

El primer piso no tenía absolutamente nada de interesante. Es cierto que era amplio, lo que evitaba que todo estuviera apretujado. La sala, el pequeño comedor y la cocina, y un baño de visitas que no había visto (mejor dicho recordado) hasta entonces, era lo único en el primer piso. Estaba bien decorado y adornado, pero no evitaba que fuera lo único. Subí, pues no había nada más que hacer ahí. Pero ni que arriba hubiera más diversión. Dos cuartos, un baño y un ático. Fantástico. Como no tenía nada que hacer en los cuartos y mucho menos en el baño, subí las gradas que llevaban al cuartito de arriba. De acuerdo. ¿Cuartito? El ático era grande. No enorme, pero sí tenía más espacio del que se notaba al solo mirarlo de pasada. El problema es que estaba sucio, lleno de polvo y, como ya había dicho antes, todo empacado en cajas. Tuve miedo al pensar que tal vez había insectos por ahí. Pero me atreví a entrar por completo en vez de apagar la luz y largarme a hacer nada otra vez.

Libros, cuadros y hasta cojines rotos estaban en las cajas. Pero por más que buscara no había nada que me interesara, hasta que encontré un cuaderno. Tenía una portada muy elegante, y parecía ser un diario o un libro de dibujo. Al abrirlo me quedé callada.

Este cuaderno pertenece a Rodolfo Orellana”, rezaba una etiqueta en la primera página. Así que el libro era de mi padre. No sabía si hojearlo o no, la emoción me invadía todo el cuerpo, nublándome la mente también. Pero cuando comencé a verlo, no pude parar. Estaba lleno de pensamientos inteligentes, dibujos e ideas. También tenía algunos poemas y citas de personajes importantes. El libro que tenía en mis manos era una fuente de saber, y una reliquia familiar. ¿Por qué estaba abandonado en el ático, entonces? Me molestó pensar que mi tía había sido capaz de algo así. Apagué la luz del ático y bajé a mi habitación.

Estuve encerrada, recostada en mi cama, observando el cuaderno de mi padre durante dos horas. Mi tía me sacó de mi ensimismamiento para llamarme a cenar. Hasta ese momento no me di cuenta que tenía muchísima hambre. No dejé el cuaderno ni para bajar, y al llegar al comedor me senté en una de las sillas vacías.

-Preparé huevos, frijoles y salchichas para cenar, Regina. Ya no me dijiste si querías salir, pero te aseguro que esto está delicioso. Hay pan y queso frescos, también un refrescante jugo de naranja.
-Gracias, tía, o Ana, como sea.
-¿Qué tienes ahí? –señaló el cuaderno de escritos.
-Lo encontré en el ático. Al parecer lo dejaste olvidado, como si no te importara.
-¿Cómo si no me importara? Ese cuaderno pertenecía a mi hermano. ¿Cómo no me va a importar? –se defendió.
-Estaba empolvado, en una caja que de seguro ni sabes cuál de todas es –respondí enojada.
-No sabes lo que hablas, Regina. Este cuaderno –dijo señalándolo de nuevo-, se encontraba guardado en la segunda caja a la derecha al entrar al ático.
-Muy bien, sabes en dónde estaba. Sigo sin entender porque lo dejaste ahí tanto tiempo.
-Querrías que lo tuviera en un mostrador de la sala, ¿no? –preguntó, fuera sarcasmo. Ahora parecía más una explicación maternal. Como he dicho antes, qué fastidio-. Debes entender que esto era algo así como un diario para tu padre. No lleno de secretos, pero sí personal. Y lo tuvo oculto aun de adulto. Eso significa que no querría que todo el mundo supiera de su existencia.

Esa excusa me parecía inválida. Quedé observándola indignada y, como hago todo el tiempo, dejé de hablar y continué con lo que estaba haciendo.

Al terminar de cenar subí a mi cuarto a hacer lo que estaba haciendo hace poco. Me dormí con el libro entre mis brazos.



Los días fueron pasando y el resto de mis vacaciones se volvía cada vez más estresante. Solo podía comunicarme con la gente normal a través de mi celular, ya que ni siquiera había un modelo viejo de computadora en la casa. No sabía cómo lo estaba resistiendo. Los días eran interminables, pues solo pensaba en todas las fiestas y cosas divertidas que podrían estar haciendo mis amigos en ese momento. Lentamente pasó navidad y año nuevo, con visitas de mi madre y mi hermana, y luego enero. Y con enero la compra de libros, útiles y, en mi caso, accesorios para estrenar en el colegio. Aun no sabía cómo era el colegio al que asistiría, solo sabía que se llamaba Arena Blanca. Casi todos los chicos que vivían cerca de aquí asistían al mismo instituto, o sea que serían mis compañeros.

Yo no era vecina directa de ninguno de ellos, a excepción de la “pequeña Isabela”, que creo que tenía un hermano mayor. Los demás vivían algo regados en otras calles, calles que estaban un poco alejadas de mi casa. A tres minutos, exactamente. Había colonias, avenidas y pequeñas y medianas tiendas. Era como una ciudad en miniatura. Por supuesto, menos lujosa. Hasta después entendí que era un pueblo, no un desierto con gente nómada o algo así viviendo en él. El pueblo se llamaba Santa Cecilia. Es muy común encontrar pueblos con nombres de santos.

¡Santa Cecilia era tan aburrido! Aunque la gente no se miraba inculta o vestida en harapos, no hacían nada para entretenerse. Bueno, además de lo típico en un pueblo. Pero yo quería diversión de verdad. Salir, ir a fiestas y pasarla lo mejor que puedes. Me imaginé que también había fiestas por ahí, pero seguía sin conocer a nadie. Igual no era que me interesara divertirme con esta gente.

Y llegó el primer día de clases.