“Esto es ridículo”, pensé mientras caminaba hacia el autobús aquella mañana. “Mi enojo hacia Pablo es irracional, debo olvidarlo. La frase que reescribió Mariano es cierta, yo decido hacer de este día uno bueno o malo”.
Subí las gradas y miré a Pablo. Le sonreí, y él se sorprendió.
-Pablo, siento haber exagerado. Me comporté como una paranoica ayer… No puedo creer que haya sido tan celosa.
-No, no, Regina, yo lo siento. Debí haberte dicho de las llamadas con Luisa.
-Ahora ya lo sé. ¿Sabes? Me gustaría que lo olvidáramos.
-Estoy de acuerdo.
Me senté a su lado y me besó en la mejilla.
-¿Sigue en pie lo del viernes?
-Por supuesto que sí, tonto –reí.
-Perdón, pero debía asegurarme.
-¿En dónde será la exposición de autos clásicos?
-En la Antigua.
-Bien… ¿Cómo nos escaparemos?
-Un día antes, o sea mañana, fingiré que me siento muy mal. Llamarán a casa y mi mamá vendrá por mí. Luego explicaré que ya me siento mejor y le diré a mamá que el viernes iré en auto a la escuela porque vamos a salir después. Tú te puedes ir conmigo, aunque no sé si será sospechoso. Vamos a ir al colegio pero sólo le daremos la vuelta. Todos creerán que sigo enfermo y pensarán que tú te contagiaste. No será difícil imaginarlo pues somos vecinos y novios… ¿Qué te parece?
-¡Estupendo! Un buen plan para un chico bueno.
-No soy tan bueno –sonrió Pablo.
-No me digas… Tengo unas ganas tremendas de una Coca-Cola.
-Eres la persona más fortuita que he conocido, Regina.
Ambos reímos.
El día fue espantosamente aburrido. Una asamblea general sólo lo empeoró todo. El discurso de una estudiante de segundo curso fue tan pesado que hasta los maestros bostezaron.
-¿Y Pablo? –preguntó Marcela a la hora del recreo cuando me senté a su lado.
-En la biblioteca corrigiendo un trabajo.
-Chicas, ¿el trabajo de Biología se entrega mañana?
-¿No lo has empezado, Bea?
-No es la única, Marce, yo tampoco –confesé.
-Se entrega el viernes –explicó la responsable Inés.
-¡Bien! Entonces no lo haré.
-¿Qué quieres decir, Regs?
-Este viernes me escapo con Pablo.
-¿Qué? ¡Genial! ¿A dónde irán? –Bea se había emocionado más que yo.
-A la Antigua, vamos a ir a una exposición de autos clásicos.
-¿De autos clá…? ¿Por qué? Ustedes dos son extraños –su emoción se esfumó.
-Extraños o no, no deberían ir –a todas nos sorprendió que no fue Inés quien pronunció estas palabras, sino Daniela, que aunque responsable no lo era tanto-. El viernes tenemos tres exámenes, la entrega del proyecto de Biología como dijo Inés y la presentación de Literatura.
-¿Tanto? Bueno, de todos modos vamos a ir.
-Por fin noto tu afamada rebeldía… Ya creía que eran sólo rumores –comentó Inés.
-¡No es rebeldía! –reí-. Pero Pablo y yo ya lo decidimos, así que lo haremos.
-Si quieren… Después no nos pidas las respuestas de los exámenes ni nada.
-Vaya, Bea, ¿ahora estás de lado de Daniela?
-Tienes razón… ¡Escápate, Regina, escápate ahora que puedes!
Todas reímos de lo que había dicho.
Aquella tarde visité a Isabela. Su cuarto estaba más limpio que de costumbre. Sus estampitas al fin habían sido organizadas y el montón de cajas llenas con éstas se acumulaban en su escritorio.
-¿Isabela?
-Hola, Regina.
Estaba acostada en su cama viendo a la televisión.
-¿Cómo estás? –intenté sonreír.
-Bien, gracias. ¿Tú? –ella me devolvió la sonrisa.
-Bien… ¿Te aburres?
-Mucho.
-Por qué no… ¿Qué tal si te leo algo?
-No… Mejor conversemos.
-De acuerdo –acerqué una silla a su cama y me senté.
-Siento haberte dicho lo de Pablo y Luisa.
-¡No te preocupes! Eso ya está olvidado. Además, fui yo la que preguntó.
-¿Cómo estuvo el colegio? –preguntó de repente.
-Aburrido. Hubo una asamblea, ya sabes lo aburridas que son. Una chica llamada Carmen dio un discurso sobre el día internacional de los colchones o algo parecido.
Isabela rió fuertemente y luego suspiró.
-¿Te sientes bien? –me preocupé.
-Sí, sí. ¿Y qué más pasó hoy?
Le hice un breve resumen de mi día. Yo estaba muy cansada y tenía muchas tareas por hacer, pero alegrarle un momento la tarde a aquella niña valía mi cansancio y mis obligaciones. En poco tiempo cerró sus ojos y se quedó dormida.
-¿Sigue despierta? –susurró Pablo, que entraba en la habitación.
-No –luego lo miré-. ¿Cómo está, Pablo?
Él, era claro, sabía a lo que me refería con mi pregunta.
-No muy bien. Es que en realidad… En realidad no sé. Un día está bien y al siguiente muy mal. Nunca se sabe y eso nos pone nerviosos.
-Se recuperará –tomé su mano.
-Eso esperamos. Ahora salgamos de aquí, si no despertará.
Lo seguí y estando en el pasillo él se recostó en una pared. Sus ojos estaban cansados y hasta su pelo brillaba menos.
-Me impresionan lo fuertes que son todos en esta casa –dije.
-Lo somos por ella.
-Aún así es un gran esfuerzo. No quisiera verte así… ¿Por qué no descansas?
-Todavía no, tengo trabajo que hacer.
-No me parece bien que trabajes estando así, pero tienes razón, debes hacerlo. ¿Lo hacemos juntos? Así terminaremos antes.
-Pensaba pedírtelo, gracias por hacerlo primero –esbozó una sonrisa.
-Iré a traer mis cuadernos.
Atravesé nuestros jardines de ida y vuelta y regresé a la casa de mi novio. Pasamos la tarde resolviendo nuestros deberes y luego nos quedamos dormidos sentados en los sillones de su sala.
-Niños, despierten –dijo suavemente su madre cuando nos encontró y pensó que ya era hora de separarnos.
-Nos quedamos dormidos… ¿Qué día es hoy? -Pablo despertó sin saber muy bien qué pasaba.
-Martes, Papo, martes –susurré, también un poco despistada-. Es hora de irme a casa –anuncié, aún soñolienta-. Gracias por despertarnos, señora Abascal. ¿Le dice buenas noches a Isabela de mi parte?
-Claro, Regina –prometió. Me despedí de ella y Pablo me acompañó a casa. Nos besamos, nos deseamos buenas noches y luego entré a casa.
El viernes por la mañana recibí un mensaje de Pablo donde decía que no podría ir al colegio a la hora de siempre. Le pregunté si había problemas y me dijo que así era. Me preocupé, como era de esperarse, y tuve que subirme al autobús pues mi tía estaba en casa y no me dejaría quedarme. Le envié más mensajes pero él me contestó que pronto me explicaría. A la hora del recreo decidí llamarlo para saber qué pasaba, y me explicó que Isabela se había sentido mal así que habían decidido viajar a Guatemala. No pudo pasar por mí pues no había tiempo de pedirle permiso a mi tía, y yo comprendía que su hermana importara más que nuestra cita de ese día. El día entero estuve pendiente de nuevas noticias pero sólo sabía que Isabela había entrado al hospital. Pablo llamó justo después de la hora de salida y me explicó que había mejorado un poco y no estaba tan grave como imaginaron. Eso nos hizo suspirar de alivio a todos. No entendía términos médicos y en realidad no me importaban mucho, sólo quería saber que Isabela estaba bien.
-Se recuperará, Papo –intenté prometerle al teléfono, aunque esa idea la decía más para consolarme a mí que a él.
-¿Y si no? –susurró con transparente dolor.
-Se recuperará –repetí.